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Ceshire

Si me nombras desaparezco

Si me nombras desaparezco Si me nombras desaparezco

Los alimentos nos definen, así pensaba Karla cuando con un súbito movimiento del barco la cuchara resbaló de sus dedos y cayó al suelo salpicando de Piña Colada a todos los comensales. Todos en la mesa quedaron en silencio. -I have drink too much, -trató de explicar en un inglés forzado, pero no fue necesario porque en menos de un segundo ya todo el mundo había vuelto a su conversación mostrando una sonrisa paciente que a Karla le pareció desconcertante. Eso tenían los norteamericanos, les salía fácil sonreír. Nunca se sabía en qué pensaban ni con que motivo oculto mostraban los dientes. Igual te mandaban a la mierda con una diplomática y sonriente cara. Tan diferente a ella, inexorablemente caribeña, su rostro y sus ademanes poniendo subtítulos a sus silencios. Cuidando de que nadie la viera, Karla metió el dedo índice en el coco e intentó sustraer con la uña un pedazo de tela. Qué falta de modales, Karla, qué verguenza. Pero no le importó demasiado. Después de todo en ese barco a todos era ajena. Había ido a encontrarse, a saber lo que era ser libre por primera vez en su vida. Si algo le había enseñado la muerte de Caridad era eso. -Al menos yo soy libre. -le había dicho con una risilla alegre unos días antes de morirse. Un habano en una mano y la jeringa de un perturbador suero en la otra.

Karla había bebido demasiado aquella noche y antes de que pudiera tomar conciencia ya tenía la mitad de la mano dentro del fruto. Acto seguido y sin mucho remilgo se metió a la boca tres hilachas blancas olorosas a ron. En su mano izquierda un anillo de corte princesa destelló. Del otro lado de la mesa un hombre de ojos almendrados sonrió. Karla no lo vio.

En su boca crujió la carne del coco. Y Karla pensó que una vez crujió una tela similar entre los dientes de su hermana. Cerró los ojos y pensó en Caridad, en su cocina pequeña habitada de plantas de recao vueltas ireconocibles a tijerazos. En su delantal eternamente sucio de viandas y el peculiar olor de su oscura melena, mezcla de champú, humo de fogón y frituras. El recuerdo de Caridad lo llenó todo en aquél instante. Y Karla supo que su hermana estaba ahí, viva, saboreando aquel coco junto a ella, burlándose del falso decoro y riéndose a todo pulmón de aquello. Abrió los ojos como buscando su aroma entre los platos que ahora un escrupuloso mesero sloveno colocaba como humeantes trofeos sobre la mesa redonda. La sortija en su dedo le regaló un destello azulado que ella apreció calladamente. Recordó: había sido algo más que Caridad lo que la había echo llegar a este gigantesco crucero que hoy emprendía su travesía en alta mar tan desolado como ella.

Escrutó las miradas ahora sobrias de sus compañeros de mesa. Todos ignorando su plato y observando con atención el ir y venir de los meseros como si fuese de mal gusto demostrar que en efecto se habían reunido allí para cenar y que tenían hambre. Finalmente llegó su plato. -It's in the vegetarian menu, -explicó a sus acompañantes de mesa que observaban su colorida cena con el mismo entusiasmo que minutos antes habían observado el enorme collar de madre perla que había decidido estrenar esa noche como un segundo esternón entre los huesos de la caja torácica. -So tell us darling, where are you from? -escuchó decir a una altísima rubia de voz áspera. Sus restantes siete compañeros de mesa se entornaron hacia ella divertidos por su extraña presencia étnica. -I'm from Nishú, an island close to India -dijo de sopetón sin poder resistir la tentación de narrarle un cuento digno a su aburrido auditorio, de llenarlos de mentiras jugosas y grandes como ostrones. -Nishú!!! -I've heard of it!!-exclamó entusiasta el hombre de los ojos almendrados. Hasta entonces Karla no se había fijado en aquel pelinegro de ojos árabes. Quiso reírse de aquel hombre que decía conocer la isla recién inventada, por eso frunció el entrecejo y bajó la mirada para que no le leyeran la sonrisa en los ojos. Trozó entonces un pedazo de berenjena con los dedos y ante su atónito auditorio comió con las manos. -In my country this means: I'm most honored by your presence. -Dijo inclinando la cabeza y poniendo cara de ingenua. Luego probó los hongos y la polenta con una mueca cándida que la transformó al momento en una especie de Saravasti antigua. Nunca una mujer se vio más refinada en una cena formal. Incluso la rubia de la voz desabrida demostró su empatía para con ella comiendo su ensalada con los dedos. Sin dar tiempo para más, Karla abandonó la mesa levantando el dedo índice como si estuviera tratando de hacer sentar a un imposible perro,- In Nishú, this means: good night. -Dio media vuelta y se fue riéndose, abriéndose paso aceleradamente entre las demás mesas. De reojo Karla alcanzó a ver al mesero sloveno visiblemente indignado de que partiera antes del postre. Estaba ya a pasos de cruzar el umbral del salón cuando entre las altas puertas de roble, al final del pasillo, recostado de una de las columnas, divisó nuevamente al hombre de los ojos negros. Confundida volvió el rostro para inspeccionar la mesa recién desertada. Vio que en efecto él ya no estaba allí. Sintió un suave escalofrio, se inquietó: ¿Sería posible que aquél hombre fuera Z? Volvió el rostro rápidamente pero ya no lo vio.

Aturdida se apresuró hasta el elevador, tocó el timbre, esperó. Aproximándose desde las escaleras, el hombre de los ojos árabes se detuvo a su lado. El corazón de Karla se aceleró, el hombre sonrió tímidamente y ella le devolvió la sonrisa. Karla se acercó a él e inspeccionó cuidadosamente cada una de sus manos. Luego se dedicó por un tiempo desmesurado a delinear con la punta de los dedos ambas cavidades de sus ojos, la nariz, los pomulos, los labios. Una vez ahí procedió a besarlo. El aceptó el beso pero algo no estaba bien. El hombre estaba tan excitado que apenas respiraba. Karla supo que se había equivocado cuando lo escuchó susurrarle en un francés perfecto: -votre pièce ou ma chambre? Karla cortó el beso de tajo. -Me equivoqué, -le dijo en claro español apresurando su paso escaleras arriba.

Ya en su cuarto, recostada en su cama todo parecía darle vueltas. Ebria la vida se le hacia mucho más sencilla, la muerte de Caridad menos pesada. Era fácil darle en un beso el alma a un extraño. Apostar todo a un mismo número. Recordar que la muerte está más cerca de lo que uno piensa, que puede tocarle a cualquiera. Que la sensación de eternidad es ilusoria y que nadie nace para estatua. Pensó que si alguien se merecía morir era ella y no su hermana que le tenía tanto gusto a la vida y se entregaba toda como si no existiera el mañana. -¿Dónde estás Z? -y volvió a observar el anillo.

Z era un hombre que conocía sólo por cartas. Jamás vio su foto. Jamás le preguntó su nombre ni su edad. Al principio era sólo un juego. Ella inventaba acertijos que él resolvía con suma facilidad. Cosa que la intrigaba. Nadie más había podido descifrarla de ese modo. Por eso le envió su foto y su dirección postal, por eso también en alguna ocasión le había dedicado cartas que él respondía con citas de autores varíos. Z no tenía voz propia. Por eso tal vez Karla se había atrevido a enviarle en cartas lo que no se atrevía a contarle a nadie. Un día le llegó por correo un paquete sin remitente firmado tan sólo por una enorme zeta. Adentro encontró un perfume tamaño viaje. La rosca de la boquilla del atomizador era particular y estaba adornado por un diamante. Adentro del paquete había una inscripcción a maquinilla:

Redondo redondo
barril sin fondo.

No lo entendió.

Semanas después, en la penumbra del cine, buscando en el fondo de su cartera, palpó algo redondo y hueco e intuitivamente se lo colocó en el dedo anular. No lo podía ver bien. Pero la mataba la curiosidad. ¿De dónde había salido? ¿Se lo había colocado algún admirador en la cartera? La idea le resultó terriblemente romántica y la torturó por días el no saber su procedencia. Hasta que observó el perfume con detenimiento y se dio cuenta de que el anillo encajaba perfectamente en la boquilla del atomizador. Sólo entonces asoció el anillo con Z. Un mes después recibió otro paquete también sin remitente. Esta vez encontró un folleto con información sobre un Crucero. Había varias fechas en el mismo pero sólo una de ellas estaba sombreada de amarillo fluorescente. Al principio le pareció una locura. Una aventura precipitada. Ella no era del tipo de persona que se tomaba riesgos. Después de todo no conocía a este hombre. Pero luego le sobrevino la duda. Y se comenzó a preguntar qué forma tenían las manos que adivinaban sus acertijos y los ojos que la leían con paciencia de psiquiatra. Luego murió Caridad y la asaltó el presentimiento de que el reloj de la muerte corría también para ella. Un par de semanas más, y ahí estaba ella, acostada en una cama que se balanceaba de lado a lado como una agitada cuna que le producía náuseas.

Alguien tocó a su puerta y Karla se inquietó. Por el ojo de la puerta divisó nuevamente al hombre de los ojos almendrados. ¿Tienen ojos árabes los franceses? Escuchó que el hombre la llamaba con voz suave y trató de recordar si era posible que aquel hombre supiera su nombre. -Karla, soy yo, ábreme. -Lo escuchó decir en un español casi incomprensible. El silencio se hizo denso. Un papel se deslizó debajo de la puerta. Karla lo leyó:

Si me nombras desaparezco.
Si no lo haces jamás sabrás.

Karla dio medio giro al seguro de la puerta, había decidido romper con el silencio, nombrar a Z, saber. Al otro lado de la puerta el hombre que ella había imaginado diferente la esperaba sonriendo. Después de todo no sólo tenían ojos árabes los franceses, también tenían cara y voz las cartas aunque no se distingan en ellas el acento ni el gesto de quien las escribe.

8 comentarios

Supra Skytop -

Choose your love and love your choice. This is the truth. Do you think so?

Max -

Gracias, como siempre por tus textos estupendos, por ese mundo tan otro del que nos hablan, por esas atmósferas, por esos campos semánticos donde crecen frutos desconocidos. Gracias.
Y la paciencia es imprescindible en todo tipo de horticultura. No me parece mucha ni poca, los procesos naturales tienen su ritmo. Y la escritura, no digamos...
Besos.

Ceshire -

Max:
hoy se me antoja llamarte por tu nombre completo. L M C-? S !Gracias por la paciencia! Conmigo necesitas mucha.
Besos.

Max -

Seremos pacientes, claro que sí. Lo que haga falta.
Besos

Ceshire -

Sí Pedrito, a petición popular sacaré esta versión, que me la han criticado tan fuerte en un email que estoy que no quepo en mi misma.

En mis cuentos puedes entrar cuando quieras, sólo podrías hacerles un bien. Además, sobre esto: "Y hoy –ya ves, tengo el cuerpo así- será tan erótico que mejor no te lo cuento".

Permíteme preguntarte: !¿Que tienes el cuerpo cómo?!
: )
Besos muchos

Pedro -

Ceshire: no entraría en un cuento ajeno ni cuerdo.
Me inventaré el final solo para mi.
Y hoy –ya ves, tengo el cuerpo así- será tan erótico que mejor no te lo cuento.
Un beso.
¿publicarás la versión corregida?

Ceshire -

Bueno Pedro, sin prisa que estas cosas no se pueden apurar. A mi me gustaría pensar que vivieron felices para siempre, o por lo menos por un tiempo considerable. Pero ya vez que yo sí tengo el vicio de escribir cuentos de hadas. Mejor el final te lo dejo a ti que eres mejor que yo inventándolos. Igual no los espié para ver que sucedía detrás de la puerta. Se veía que necesitaban privacidad.

;)Besos a ti también! Y bota ya eso que lo que copiaste fue el borrador.

Pedro -

¿Y como sigue? Rápido, rápido, quiero saberlo.
Me lo he pasado a word y lo he leído con deleite.
Me ha encantado.
Señora escritora, es usted muy buena, un beso