Ven, no dudes, refugiate en mi, yo sé que ayer pronuncié pestes y langostas, que conjuré el no, que mandé un angel augusto a custodiar mi puerta, pero tengo frío, y ganas de beberme tus ojos de noche y estrellas, de contestarle suspiros a tu boca de elipsis, de curar con masajes los nudos de tu espalda. Permite, cielo, que escurra con mis manos tu tristeza, que te borre el abandono y la intranquilidad de las piernas, que me coma la vacilación, el miedo y la zozobra. Permíte que te llene de elixires y bálsamos; de panaceas para el alma, unicornios y que ponga obsidianas detrás de tu almohada. Ven, que te guardo un concierto de caricias, un Bolero de Ravel sin tambores ni trompetas, el fin de un sueňo loco, un pecado que está a mi nombre, una legenda artúrica que no sé pronunciar. Mira que tengo fiebre de sacar a pasear tus dedos, y perderlos en un bosque de leopardos negros, y ay de ti si te conviertes en una bestia obediente de probidad imposible, fiera, ven, regresa a exigir mi cerebro embelequero, mi corazón turbado, mi cuerpo duro por tu indiferencia. Mira que estoy desorientada y no sé si maňana reuniré el corage para llamarte de este modo, a gritos, sin recato, orgullo ni prudencia, con la boca sucia de travesuras, jungla e indecencias. Ven que te lleno de atenciones y agasajos y estoy vestida de apremio en minifalda. Dulce amor, ruborizado, que no te atreves a tumbarte en mi saya, que me soplaste cristal y me creíste de aire, rómpeme, háblame con las manos, a piernas enredadas, en el sudor y el delirio. Mira que tengo ganas de despeinarme en ti, de perder la cabeza y encontrar otras partes, de quererte hasta el cansancio y que nos sorprenda la maňana susurrando intimidades bajo sábanas y selva.