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Ceshire

Rueda

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Rueda

Tenía los ojos increíbles. Era como si alguien le hubiera encrustado en la cara dos aquamarinas clarísimas, dentro bailaban dos centellas hipnotizadoras. Y no sólo sus ojos eran raros, su cabello parecía sintético, puesto, de muñeca, extrañamente opaco, demasiado rubio, demasiado muerto. La piel era un rastro leve de facciones pálidas, inexpresivas, etéreas; sólo la boca purpúrea y húmeda daba indicios de que en efecto allí había una mujer animada y no un fantasma. Toda ella parecía de mentira, una muñeca mandada a pedir por catálogo, demasiado perfecta para aquellos rumbos de ejecutivos trasnochados y obreros de la noche. Debí sospechar alguna cosa cuando reaccionando a su insistente mirada le ofrecí un trago y declinó mi invitación descruzando y volviendo a cruzar las piernas como un abanico de mano que en lugar de fresco echara calor.

Aquella mujer no comía, no bebía, me miraba con insistencia y sin pronunciar palabra: ¿Qué quería y qué la hacía fijarse en mi? Estas cosas pensaba cuando le di la espalda para sorber mi whisky y aclarar un poco mis ideas. Hacía ya nueve años que no sabía lo que era sentirme deseado por una mujer. No desde que sorprendí a Norma en ropa interior desayunando pancakes en casa de mi amigo Mario. Diez segundos dejé pasar antes de voltear a buscarla. Para mi sorpresa y como si se tratase de una aparición, ya ella estaba sentada junto a mi en la barra. Una fracción de segundo y su helada mano se posó en la mía. Se movía como un celaje, con movimientos suaves y rápidos: -¿Qué haces aquí? -preguntó como si estuviera recibiendo un telegrama de mis pensamientos. Su voz era melodiosa, rítmica, y ahogaba cualquier otro sonido. -No más despejándome un poco. -contesté sin sospechar lo que estaba por comenzar. -¿y tú? -carraspeé esforzado por no dejar ver mi estado de turbación por el alcohol. Pero ella contestó con otra pregunta: - Dime, ¿Sabes qué día es hoy? -27 de marzo. -contesté yo. Entonces sonrió. Tenía los colmillos desproporcionados al resto de los dientes, y por un instante pensé que estaba en presencia de una mujer vampiro. En tal caso todo lo demás hacía sentido. Ante la ocurrencia no pude evitar echarme a reír. Ella continuaba observándome, su boca era ahora una curva imperturbada ante mi risa imprevista. -¿Y cómo te llamas? -pregunté recuperando el aire. -Veintisiete -contestó ella muy seria y yo tuve que llamar al barman para ganar tiempo y digerir la extraña situación. -¿Deseas uno? -dije levantando el vaso, orgulloso y viril, pero ella no se inmutó en contestarme. Lo único claro para mi era que ella haría las preguntas -¿Qué hacías hace dos días? -me interrogó con una voz diferente a la anterior, y cuando lo dijo, su mano larga y delgada resbaló hasta mi entrepierna. -No más trabajando. -dije nerviosamente mientras sentí con sorpresa que ella abría mi cremallera. Nunca antes una mujer me había hecho un avance tan desvergonzado. -¿y luego? preguntó con una articulación exagerada que no parecíó pertenecerle. Su mano subiendo y bajando detrás del mostrador. -¿Luego? luego no recuerdo. -contesté con una mueca alargada, mitad susto, mitad excitación. Traté de poner mi mano sobre la suya pero como si se tratase de una película de suspenso su mano imposible ahora estaba sobre la mesa. -Señorita... Veintisiete, -dije arreglándome el pantalón, ¿Se está burlando usted de mi? -Entonces clavó sus ojos en los míos, y juro que pude ver nítidamente mi triste reflejo en ellos. Un hombre solo, a falta de pista, medio mojigato, una arruga vertical surcándome la frente, la muletilla de un trago en una mano, la otra hecha un puño, las pupilas dilatadas, la víctima perfecta. -¿Igual que hoy? -insistió ella convertida nuevamente en holograma. -Igual que hoy -respondí yo, ahora lleno de sospechas. -¿y dos días antes de e..? -También -la interrumpí en seco. -No sé a dónde vas con todo esto. Mira, si lo que buscas es robarme, no cargo efectivo encima y... -Entonces la vi voltear el torso con el digno equilibrio de un gato, su cuello blanco quedó expuesto y pude ver en él, un extraño tatuaje redondo de lo que me pareció era un calendario antiguo. Pensé que se iría molesta pero inmediatamente sentí su mano de cristal acariciando mi cuello y su aliento de vino en mi oreja: ese peculiar olor a hembra o conjuro de progesterona que de alguna manera evoca empezando por tu madre a todas las mujeres que has amado. Y tal vez porque estaba entrado en tragos o porque ella era tan seductora no tuve la voluntad para moverme. -No vine por tu dinero. -Susurró imperturbada ante mi actitud. Y deslizó sobre el mostrador una tarjeta dorada cuyo epígrafe leía: Srta.Veintisiete. Entonces exhaló y juro que pude ver el peculiar hálito de su boca metérseme por dentro como un imposible guante de humo turbadoramente negro. Dio media vuelta y su cabello de maniquí me dio un coscorrón. Ligera, se echó ambas manos a los bolsillos y se fue balanceando las nalgas sobre unos tacones rojos demasiado estrechos; una correilla de estrás terminada en corazón enredada en cada tobillo.

No recuerdo más de aquella noche, por más que me esfuerzo, no consigo hacer memoria. Nisiquiera recuerdo cómo llegué a mi casa, cómo me quité la corbata, dónde puse aquella tarjeta. Y no es que normalmente me importen estas cosas. Tampoco como si recordara cualquier noche anterior a la del 27. Cuando la vida se repite como la letra de una canción popular, se deja de ejercitar la memoria, se convierte uno un poco en vitrola. Incluso llegué a pensar que todo había sido un sueño. Hasta que llegó junio.

Eran las doce del día y estaba reunido con Charlie en mi oficina. Discutíamos la posibilidad de llegar a un acuerdo con las partes cuando éste se empecinó en que almorzáramos algo. Charlie siempre tenía hambre y además, negociar lo ponía nervioso. Esa tarde llevaba consigo un paraguas negro y sudaba copiosamente. Me recordó a Danny de Vito en el personaje del Pingüino. Normalmente no me reuno con clientes en público pero Charlie no era cualquier cliente; siempre estaba metido en líos, le gustaba salirse con la suya y no le importaba demasiado pagar sumas exorbitantes para ello. Esa tarde me explicó que conocía un excelente restaurante oriental en las inmediaciones y que éste contaba con espacio para reuniones privadas. Llegamos al umbral del lugar y una menuda joven vestida de geisha nos guió a través de un estrecho puentecillo sobre una fuente atiborrada de monedas y peces. Charlie echó una moneda al agua, dijo que para la buena suerte, un banco de peces pardos trató con infortunio de morderla. Un espectáculo francamente desolador. -Todo el dinero del mundo no sirve para saciar el hambre de algunos peces.-bromeó la anfitriona en un tono que a mi me pareció fuera de lugar. Nos guió hasta un improvisado cubículo formado por cuatro biombos de papel pintados de enramadas y pájaros. Era el único que quedaba vacío y estaba decorado escasamente por una alfombra encarnada y una mesilla de piso. Nos sentamos en el suelo. -Supongo que ahora nos vas a hacer quitar los zapatos -espetó Charlie, cínico, acomodándose lo mejor que pudo la barriga dentro del pantalón. La chica sonrió paciente, nos entregó el menú y procedió a servirnos el agua. Al hacerlo, la manga de su kimono se arremangó descubriendo la piel de su antebrazo. Entonces lo vi: el mismo círculo crucificado que le había visto a Veintisiete, pero con una variante, una línea vertical partía la cruz en seis pedazos, de modo tal que se formaba el efecto eidético de una W sobre una M. Por primera vez esa tarde presté atención a la cara de la joven, entonces el óvalo de su rostro se oscureció hasta que sólo quedaron unos horripilantes ojos iridiscentes de predador y unos labios perturbadoramente blancos. -¿Veintisiete? -dije mecánicamente, -Tu muerte, -contestó ella, paralizándome con su voz. Entonces abrió la boca y de sus entrañas salió algo parecido a una langosta; me vino a la memoria el libro de Las Revelaciones. Para mi horror el repugnante insecto trepó por mi pierna y forcejeó con mi boca hasta que logró metérseme por dentro; lo sentí bajar por mi garganta y quise gritar. Entonces las facciones orientales de la joven reaparecieron como en cámara lenta: los ojos negros, la nariz mínima, la boca pequeña pintada de rojo, nada en ella extraordinario ni aterrorizador. Se fue dando pasitos cortos con un gesto en la cara que a mi me pareció desfachatadamente cómplice. Tuve un ataque de tos, sentí un sabor metálico en la boca y antes de que pudiera pensar nada, un borbotón de sangre me mojó la camisa. Entonces, como si fuese un disparo, escuché la voz ronca de Charlie: -Por favor, sabes que hoy es 3 de junio. ¿Así piensas conquistar alguna mujer? -Y salí corriendo detrás de aquella breve silueta satinada perdida ya en la distancia.

De espalda todas las empleadas me parecieron idénticas, todas con el mismo kimono floreado y la misma cara china. Me puse como loco. Entré en la cocina forcejeando y comencé a revisar los antebrazos de todas ellas. Hasta que me di con el brazo equivocado, el de la dueña, quien murmuró con una voz estridente pero apática que qué rayos estaba haciendo, que si no me largaba de su restaurante en ese mismo momento llamaría a la policía. -La señorita encargada de atender mi mesa, necesito hablar con ella, -expliqué, pero debí lucir como un psicópata porque sin una segunda advertencia la mujer se dirigió al teléfono. -Tiene un tatuaje en el antebrazo, es un círculo en seis partes. ¿Alguien aquí conoce el tatuaje? -insistí mientras los cocineros, cuchillo en mano, se hacían ojos y regateaban mi suerte con la dueña. -La Policía ya está en camino, -declaró la mujer y al decirlo abrió la salida de emergencia para que yo me fuera. -¿Alguien aquí conoce a la Srta. veintisiete? -persistí. -Sabe, aún está a tiempo de irse de aquí dignamente. Y cuando lo dijo sonrió, y su serena sonrisa era un certero insulto en japonés. Salí de allí sintiéndome como un infeliz. Atiné a ver a Charlie saliendo por la puerta principal pero no quise afrontarlo. Cambié mi rumbo, casi salí corriendo; me sentía vulnerable. De la noche a la mañana me había convertido en un hombrecillo ridículo con los pies fuera de la realidad. Por primera vez en veinte años lloré, estaba teniendo visiones, seguro que me estaba poniendo viejo.

Esa noche soñé con mi madre. La soñé joven y alegre, con el cabello azulado y negro. Le caía en bucles sobre un vestido de hilo claro. Deshojaba rosas blancas y contaba los pétalos. -¿De qué me sirven si no me duelen? -se reía. Miré el suelo y vi que los pétalos estaban manchado de sangre. Vi sus dedos enganchados de espinas. Quise detenerla, sonrió, parecía sincera y feliz. -Escucha las señales -dijo, y desde la nariz le nació un repugnante pico negro, luego se llenó de plumas oscuras y opalescente hasta que vi que toda ella estaba transformada en un espantoso cuervo que me buscaba los ojos a picotazos. Rehuyéndole corrí hasta un despeñadero, caí, rodé, me sorprendió un dolor agudo en el costado, luego el sabor salado del mar, sentí que respiraba agua.

Desperté bañado en gotitas de sudor. Al amanecer revise mi agenda y le dije a mi secretaria Lolita que reacomodara todas mis citas, que me tomaría unas vacaciones de un mes. Hacía más de once años que no faltaba al trabajo ni tomaba vacaciones. Lolita, que comía un bocadillo, dejó de masticar y me miró desconcertada, -¿y bien? ¿qué carajo espera? -instigué molesto. Debió sonar como un insulto porque su cara se puso roja como un ají. Jamás le había hablado así. Una ira profusa me invadió. De repente tenía coraje con Lola, con Norma, con Mario, con mi madre, con Charlie y hasta con la dueña del restaurán. Rápido caí en cuenta de que el odio que acunaba mi alma, tenía nombre, el mío. Salí de la oficina y me metí en el Café La Triqueta . Pedí un whisky con limón, luego otro, y otro más. Necesitaba disipar el odio. Para cuando dieron las once de la mañana ya yo había bebido demasiado.

Sonó la campanilla de la puerta y entró al café una linda niña de unos siete años. Era pecosa y pizpireta como un cachorro de leopardo. Estaba vestida de bailarina con el pelo hecho una dona y traía una libreta y crayones. Me recordó una de esas figuras Yadró que mi madre coleccionaba sobre el mueble del televisor. Busqué un guardián o una mamá que acompañara a la chiquilla, extrañamente vi que estaba sola. Dando saltitos de ballet la niña llegó hasta mi, dos preciosos hoyuelos enmarcaban su alegre sonrisa; hizo un gran esfuerzo y escaló hasta el tope del taburete contiguo al mío, entonces, expresiva, me miró como sorprendida por su hazaña. Traté de ignorarla; pero ella, molesta, comenzó a patear el mostrador. Pensé con amargura que yo no era quién para jugar al papá. -bien bien bien... -dijo y comenzó a garabatear en su libreta con tanta fuerza que hizo temblar mi trago. -bien bien bien... -repitió, desbordándolo sobre la mesa. Al saberse evitada optó por observarme y sentí que su mirada era una lupa agigantando todos mis defectos para luego quemarme como a un insecto. La miré molesto y la regañé: -Nadie te ha dicho que es de mal gusto quedársele viendo a la gente. Entonces bajó los ojos, y su peinado de mujer vieja hizo un terremoto al compás de su manita de dibujante. -Para ti, -dijo, arrancando una página garabateada de su cuaderno. "Un garabato de felicidad", leí, e inmediatamente se me soltó una lágrima. -Llorar no sirve, -pronunció. Entonces su carita de niña buena se volvió de agua. Sentí que su esencia infantil me empapaba las facciones. Entonces vi a Charlie con un vaso vacío en la mano y caí en cuenta de que acababa de vaciármelo encima. -¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? ¿desde cuándo salimos a emborracharnos a mitad del día? -Quise responderle pero no me salieron las palabras. Estaba demasiado ebrio. En lugar de voz, me subió un gusto amargo y caliente por la garganta que salió disparado sobre su cara redonda. Recordé a Linda Blair y pensé que Charlie era el mismisimo demonio.

Desperté hecho un charco fétido frente a mi apartamento. La puerta de la vecina estaba abierta, y en la salita de estar una anciana con el cabello escaso y largo me sonreía desde su sillón. Se repartía entre vigilarme y ver la televisión. Con torpeza traté de buscar mis llaves. Palpé con cierto enfado que mis bolsillos estaban vacíos. Un profuso dolor en el costado me invadió. Pensé que me habían robado así que me quité la camisa y busqué en mi cuerpo algún signo de violencia. Con tal de justificar mi estado me hubiera gustado encontrar que me habían dado una buena golpiza. Toqué mis miembros y me desconsoló notar mi deterioro; la palabra decrepitud no alcanza para describir mi sufrimiento. Estaba envejeciendo y no tenía a nadie que hiciera más llevadero la ineludible gravedad de los años. Me vino a la memoria la carita de bebé de mi hija Camila, recordé con tristeza que jamás me preocupé por verle crecer otra cara mas que aquella. Su mirada vulnerable de recién nacida se dibujó en mi mente con demasiada exactitud; y un peso recién descubierto se afincó en mi pecho apesadumbrandome. No nada más me había ocupado de quedarme sin familia; también había traído a la tierra una hija sin padre. La voz de mi madre se conjuró en mi pensamiento: "Es la naturaleza del padre ver crecer a sus hijos y no al revés". Recordé como ella me sacó adelante sola. Mientras a mi no me faltó nunca un vaso de leche, ella parecía vivír de gomitas dulces y golosinas. Para cuando entré a la Escuela de Derecho sus deudas eran tantas que nisiquiera le alcanzaba para guardar Naranjitas debajo de la cama. Ahora llaman a las de su tipo "madres solteras", un título que encierra cierta dignidad de carácter casi virginal. Pero para cuando yo era niño las llamaban zorras y a la descendencia espuria le decían escoria. Curiosamente así me sentía aquella tarde: más bastardo que nunca.

Llamé a la vieja y le dije que me habían robado; que necesitaba que me dejara llamar a un cerrajero. La vieja no contestó sino que siguió atenta a su televisor. Pensé que podía estar sorda así que me acerqué lentamente. -Doña, ¿me oye?, doña -Al ver que no me miraba, la toqué suavemente en el hombro. -¿Qué día es hoy? -dijo de pronto con una voz que me heló la sangre. Sus ojos nublados de cataratas permanecían clavados en el televisor. -Cuatro de junio -respondí, ingenuo, y ella profirió un gesto de disgusto. -No, vamos... trata de nuevo. -Se hizo un desagradable silencio entre nosotros, no respondí más nada; ya no tenía valor para hacerlo. -La has visto, ¿no es así? -insistió ella con una naturalidad desconcertante -¿A quién? -traté de disimular. Entonces se echó a reír, y había un aterrador fondo acuoso en el timbre de su voz. Un misterio de río o mar que no se puede explicar. Luego dijo alzando la voz y elevando un dedo generoso: -Sabes, no se toma su visita a la ligera. -Una horrorosa sensación de desesperación me invadió, y justo cuando me proponía a reaccionar llegó una mujer joven y se nos plantó en el medio. Era de estatura baja, tenía el cabello rojizo y los brazos demasiado largos en relación con el resto del cuerpo. Jadeaba y hablaba entrecortado como si le costara trabajo emitir sonidos - Perdone a mi abuela, está enferma, tenga, su amigo le dejó esto, - dijo haciéndome entrega de un sobre. Dentro estaban todas mis pertenencias incluídas las llaves de mi apartamento y las del auto. Registrando encontré también el papel garabateado. Saber que no había imaginado aquella niña me desconcertó. En el revés del papel estaba dibujada la rueda de Veintisiete. Al reconocerla comencé a sentir que me asfixiaba. Perdí el balance y caí al suelo propinándome un golpe rotundo en el hombro.


La vieja desde su sillón me observaba ahora imperturbada. Su nieta asomada sobre mi como una bestia no hacía ningún esfuerzo por auxiliarme. Ella era ahora la silueta difusa de un chacal hambriento. Se acercó como olisqueándome; sus colmillos relucían como navajas a la luz de las lámparas. Traté de gritar por ayuda, quizás algún vecino me escuchara pero me di cuenta de que no podía moverme, mucho menos articular palabra. Entonces experimenté que un frío terrible me secaba por dentro como al grano de una uva. Sentí la boca terrosa y los miembros rígidos. De cerca vi que la mujer chacal traía en el antebrazo las dos emes mirándose. Traté de pensar en lo que podría significar este símbolo. Una hermosa voz se conjuró en mi interior: "Es la marca de Las Moiras, las walquirias, Osiris y Anubis; es todo lo mismo". Otra vez vi aquel insecto, pero esta vez mucho más gordo y de un verde esmeralda. Sentí resignado que mientras el insecto trepaba por mi mano y se detenía en mi pecho se me disociaba el espíritu. Ese enigmático humor que normalmente se pasea ligero entre la cabeza y el pecho estaba ahora aglomerado por completo en mi garganta. Abrí la boca buscando una manera de escupirme del mundo. Entonces vi a la vieja levantarse. Su cabello blanco, ralo y amarillento cayéndole hasta más abajo de la cintura era una visión indescriptiblemente grotesca. Bastó un movimiento de su mano para que el sanguinario chacal, lento, se alejara. Luego la vieja se sacó una tarjeta brillante del bolsillo y me la echó encima. -¿Buscabas esto? -dijo y su cara se transfiguró demasiado rápido en por lo menos una centena de mujeres. Distingí la niña del café, también a Lolita, incluso a Norma, un extraño cántico se apoderó de mi cabeza; el lóbrego coro repetía: "Kali, Kali, Kali, Kali...". Me vino a la memoria un mural callejero que llamó mi atención cuando era un niño. El mismo destacaba lo que supuse era un demonio terrible con pedazos de sus víctimas colgándole del cinturón; mi madre me corrigió, aquella era la diosa india Kali, lo que en sánscrito significa "tiempo". Las voces repetían ahora:"Bhavani, Chinnamasta, Chamunda, Durga, Himavati, Meenakshi, Rudrani Sati, Tara, Kumari”. De pronto tenía frente a mi a la mismisima Veintisiete. -Te estás muriendo. -dijo arrodillándose junto a mi. Su piel era ahora de un azúl iridiscente, su cabello, oscuro y largísimo parecía cubierto de estrellas. El mismo le cubría el cuerpo desnudo. Tenía cuatro brazos, y en una de ellos sostenía una espada. Entonces se estiró formando con sus extremidades una cruz diagonal y supe que aquel tatuaje que había visto en su cuello era en realidad su sello. Cuento estas cosas y suenan todas terribles y horripilantes, en realidad en aquél momento no sentí miedo sino resignación y paz. Me quedé mirando su rostro que era bello y devastador como la naturaleza misma. Había sentido una emoción similar al contemplar en el zoológico a una majestuosa leona cuidando de sus cachorros. Un delgado vidrio salvando mi suerte.
-¿Sabes por qué estás por morir? Negué con la cabeza.
Su mano generosa tocó mi costado adolorido y supe que estaba muy enfermo.
-El odio te ha vuelto terco y egoísta. Toda tu vida, y la de los que has tocado, es gracias a tu cobardía, en vano. Vas hacia atrás, contrapuesto, y sin embargo, aún queda cierta benignidad en ti digna de salvarse.
-¿Quieres vivir? -Asentí con dificultud.
Entonces puso sus manos sobre mi cabeza y una gran oscuridad nos rodeó. Lo único visible de ella ahora eran sus ojos y un punto a mitad de su frente que cegaba como un rayo.
-Debes entender que el tiempo no espera por nadie, la vida no espera por nadie, hacerlo sería en realidad hacer lo contrario. Las lecciones que más duelen son también las que nos salvan. Dime, ¿Qué día es hoy?

Y cuando lo dijo sentí un dolor insufrible en todo mi cuerpo, aquello debía ser el infierno. Mi vida entera me pasó por la cabeza. Vi a Norma, pobre, deshabitada de mi, reinventando con dificultad nuestro romance; luego a Mónica, apenas diecisiete años, cargando en su vientre mi simiente. Vi a mi madre yéndose a morir solitaria a un frío hospital de Miami. Recordé a Mario arrepentido, sintiéndose traidor, quise gritarle que yo fui quien los abandoné primero. Recordé a Charlie, pobre diablo, acaso también se moría. De pronto sabía la respuesta, hoy era un día para reivindicarme. Y al pensarlo centelleó la chispa entre sus dos ojos y experimenté una descarga eléctrica que liberó algo en mi mente. Cada poro de mi cuerpo se sentía nuevo y vivo. Rápido sentí que agua helada empapaba mis facciones. Entonces vi a Charlie con un vaso vacío en la mano y caí en cuenta que acababa de vaciármelo encima. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? ¿desde cuándo salimos a emborracharnos a mitad del día? -Quise responderle que había vivido esto antes, pero como adiviné que pasaría no me salieron las palabras. Comencé a dar arcadas de vomito descontroladamente, el líquido pestilente lo mojaba todo. Continué así por unos minutos. Casi me caigo del taburete si no es porque Charlie me sujeta. Finalmente logré respirar y al hacerlo sentí que no necesitaba otra cosa más que ese aire limpio que alimentaba mis pulmones. Escuché una voz femenil a mi lado. Gire el rostro y cuando la vi comencé a llorar. Estaba cambiada, mucho mayor, tendría ahora unos catorce años. Estaba vestida de bailarina y es la visión más hermosa que he visto en la vida. Tenía un pendiente de oro colgándole del cuello, leía Camila.

Rueda, fin

Rueda, fin

La vieja desde su sillón me observaba ahora imperturbada. Su nieta asomada sobre mi como una bestia no hacía ningún esfuerzo por auxiliarme. Ella era ahora la silueta difusa de un chacal hambriento. Se acercó como olisqueándome; sus colmillos relucían como navajas a la luz de las lámparas. Traté de gritar por ayuda, quizás algún vecino me escuchara pero me di cuenta de que no podía moverme, mucho menos articular palabra. Entonces experimenté que un frío terrible me secaba por dentro como al grano de una uva. Sentí la boca terrosa y los miembros rígidos. De cerca vi que la mujer chacal traía en el antebrazo las dos emes mirándose. Traté de pensar en lo que podría significar este símbolo. Una hermosa voz se conjuró en mi interior: "Es la marca de Las Moiras, las walquirias, Osiris y Anubis; es todo lo mismo". Otra vez vi aquel insecto, pero esta vez mucho más gordo y de un verde esmeralda. Sentí resignado que mientras el insecto trepaba por mi mano y se detenía en mi pecho se me disociaba el espíritu. Ese enigmático humor que normalmente se pasea ligero entre la cabeza y el pecho estaba ahora aglomerado por completo en mi garganta. Abrí la boca buscando una manera de escupirme del mundo. Entonces vi a la vieja levantarse. Su cabello blanco, ralo y amarillento cayéndole hasta más abajo de la cintura era una visión indescriptiblemente grotesca. Bastó un movimiento de su mano para que el sanguinario chacal, lento, se alejara. Luego la vieja se sacó una tarjeta brillante del bolsillo y me la echó encima. -¿Buscabas esto? -dijo y su cara se transfiguró demasiado rápido en por lo menos una centena de mujeres. Distingí la niña del café, también a Lolita, incluso a Norma, un extraño cántico se apoderó de mi cabeza; el lóbrego coro repetía: "Kali, Kali, Kali, Kali...". Me vino a la memoria un mural callejero que llamó mi atención cuando era un niño. El mismo destacaba lo que supuse era un demonio terrible con pedazos de sus víctimas colgándole del cinturón; mi madre me corrigió, aquella era la diosa india Kali, lo que en sánscrito significa "tiempo". Las voces repetían ahora:"Bhavani, Chinnamasta, Chamunda, Durga, Himavati, Meenakshi, Rudrani Sati, Tara, Kumari”. De pronto tenía frente a mi a la mismisima Veintisiete. -Te estás muriendo. -dijo arrodillándose junto a mi. Su piel era ahora de un azúl iridiscente, su cabello, oscuro y largísimo parecía cubierto de estrellas. El mismo le cubría el cuerpo desnudo. Tenía cuatro brazos, y en una de ellos sostenía una espada. Entonces se estiró formando con sus extremidades una cruz diagonal y supe que aquel tatuaje que había visto en su cuello era en realidad su sello. Cuento estas cosas y suenan todas terribles y horripilantes, en realidad en aquél momento no sentí miedo sino resignación y paz. Me quedé mirando su rostro que era bello y devastador como la naturaleza misma. Había sentido una emoción similar al contemplar en el zoológico a una majestuosa leona cuidando de sus cachorros. Un delgado vidrio salvando mi suerte.
-¿Sabes por qué estás por morir? Negué con la cabeza.
Su mano generosa tocó mi costado adolorido y supe que estaba muy enfermo.
-El odio te ha vuelto terco y egoísta. Toda tu vida, y la de los que has tocado, es gracias a tu cobardía, en vano. Vas hacia atrás, contrapuesto, y sin embargo, aún queda cierta benignidad en ti digna de salvarse.
-¿Quieres vivir? -Asentí con dificultud.
Entonces puso sus manos sobre mi cabeza y una gran oscuridad nos rodeó. Lo único visible de ella ahora eran sus ojos y un punto a mitad de su frente que cegaba como un rayo.
-Debes entender que el tiempo no espera por nadie, la vida no espera por nadie, hacerlo sería en realidad hacer lo contrario. Las lecciones que más duelen son también las que nos salvan. Dime, ¿Qué día es hoy?

Y cuando lo dijo sentí un dolor insufrible en todo mi cuerpo, aquello debía ser el infierno. Mi vida entera me pasó por la cabeza. Vi a Norma, pobre, deshabitada de mi, reinventando con dificultad nuestro romance; luego a Mónica, apenas diecisiete años, cargando en su vientre mi simiente. Vi a mi madre yéndose a morir solitaria a un frío hospital de Miami. Recordé a Mario arrepentido, sintiéndose traidor, quise gritarle que yo fui quien los abandoné primero. Recordé a Charlie, pobre diablo, acaso también se moría. De pronto sabía la respuesta, hoy era un día para reivindicarme. Y al pensarlo centelleó la chispa entre sus dos ojos y experimenté una descarga eléctrica que liberó algo en mi mente. Cada poro de mi cuerpo se sentía nuevo y vivo. Rápido sentí que agua helada empapaba mis facciones. Entonces vi a Charlie con un vaso vacío en la mano y caí en cuenta que acababa de vaciármelo encima. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? ¿desde cuándo salimos a emborracharnos a mitad del día? -Quise responderle que había vivido esto antes, pero como adiviné que pasaría no me salieron las palabras. Comencé a dar arcadas de vomito descontroladamente, el líquido pestilente lo mojaba todo. Continué así por unos minutos. Casi me caigo del taburete si no es porque Charlie me sujeta. Finalmente logré respirar y al hacerlo sentí que no necesitaba otra cosa más que ese aire limpio que alimentaba mis pulmones. Escuché una voz femenil a mi lado. Gire el rostro y cuando la vi comencé a llorar. Estaba cambiada, mucho mayor, tendría ahora unos catorce años. Estaba vestida de bailarina y es la visión más hermosa que he visto en la vida. Tenía un pendiente de oro colgándole del cuello, leía Camila.

Fin.

Rueda, cuatro.

Rueda, cuatro.

4


Desperté hecho un charco fétido frente a mi apartamento. La puerta de la vecina estaba abierta, y en la salita de estar una anciana con el cabello escaso y largo me sonreía desde su sillón. Se repartía entre vigilarme y ver la televisión. Con torpeza traté de buscar mis llaves. Palpé con cierto enfado que mis bolsillos estaban vacíos. Un profuso dolor en el costado me invadió. Pensé que me habían robado así que me quité la camisa y busqué en mi cuerpo algún signo de violencia. Con tal de justificar mi estado me hubiera gustado encontrar que me habían dado una buena golpiza. Toqué mis miembros y me desconsoló notar mi deterioro; la palabra decrepitud no alcanza para describir mi sufrimiento. Estaba envejeciendo y no tenía a nadie que hiciera más llevadero la ineludible gravedad de los años. Me vino a la memoria la carita de bebé de mi hija Camila, recordé con tristeza que jamás me preocupé por verle crecer otra cara mas que aquella. Su mirada vulnerable de recién nacida se dibujó en mi mente con demasiada exactitud; y un peso recién descubierto se afincó en mi pecho apesadumbrandome. No nada más me había ocupado de quedarme sin familia; también había traído a la tierra una hija sin padre. La voz de mi madre se conjuró en mi pensamiento: "Es la naturaleza del padre ver crecer a sus hijos y no al revés". Recordé como ella me sacó adelante sola. Mientras a mi no me faltó nunca un vaso de leche, ella parecía vivír de gomitas dulces y galletitas. Para cuando entré a la Escuela de Derecho sus deudas eran tantas que nisiquiera le alcanzaba para guardar Naranjitas debajo de la cama. Ahora llaman a las de su tipo "madres solteras", un título que encierra cierta dignidad de carácter casi virginal. Pero para cuando yo era niño las llamaban zorras y a la descendencia espuria le decían escoria. Curiosamente así me sentía aquella tarde: más bastardo que nunca.

Llamé a la vieja y le dije que me habían robado; que necesitaba que me dejara llamar a un cerrajero. La vieja no contestó sino que siguió atenta a su televisor. Pensé que podía estar sorda así que me acerqué lentamente. -Doña, ¿me oye?, doña -Al ver que no me miraba, la toqué suavemente en el hombro. -¿Qué día es hoy? -dijo de pronto con una voz que me heló la sangre. Sus ojos nublados de cataratas permanecían clavados en el televisor. -Cuatro de junio -respondí, ingenuo, y ella profirió un gesto de disgusto. -No, vamos... trata de nuevo. -Se hizo un desagradable silencio entre nosotros, no respondí más nada; ya no tenía valor para hacerlo. -La has visto, ¿no es así? -insistió ella con una naturalidad desconcertante -¿A quién? -traté de disimular. Entonces se echó a reír, y había un aterrador fondo acuoso en el timbre de su voz. Un misterio de río o mar que no sé explicar. Luego dijo alzando la voz y elevando un dedo generoso: -Sabes, no se toma su visita a la ligera. -Una horrorosa sensación de desesperación me invadió, y justo cuando me proponía a reaccionar llegó una mujer joven y se nos plantó en el medio. Era de estatura baja, tenía el cabello rojizo y los brazos demasiado largos en relación con el resto del cuerpo. Jadeaba y hablaba entrecortado como si le costara trabajo emitir sonidos - Perdone a mi abuela, está enferma, tenga, su amigo le dejó esto, - dijo haciéndome entrega de un sobre. Dentro estaban todas mis pertenencias incluídas las llaves de mi apartamento y las del auto. Registrando encontré también el papel garabateado. Saber que no había imaginado aquella niña me desconcertó. En el revés del papel estaba dibujada la rueda de Veintisiete. Al reconocerla comencé a sentir que me asfixiaba. Perdí el balance y caí al suelo propinándome un golpe rotundo en el hombro.

Continúa

Rueda, tres

Rueda, tres

3.
Esa noche soñé con mi madre. La soñé joven y alegre, con el cabello azulado y negro. Le caía en bucles sobre un vestido de hilo claro. Deshojaba rosas blancas y contaba los pétalos. -¿De qué me sirven si no me duelen? -se reía. Miré el suelo y vi que los pétalos estaban manchado de sangre. Vi sus dedos enganchados de espinas. Quise detenerla, sonrió, parecía sincera y feliz. -Escucha las señales -dijo, y desde la nariz le nació un repugnante pico negro, luego se llenó de plumas oscuras y opalescente hasta que vi que toda ella estaba transformada en un espantoso cuervo que me buscaba los ojos a picotazos. Rehuyéndole corrí hasta un despeñadero, caí, rodé, me sorprendió un dolor agudo en el costado, luego el sabor salado del mar, sentí que respiraba agua.

Desperté bañado en gotitas de sudor. Al amanecer revise mi agenda y le dije a mi secretaria Lolita que reacomodara todas mis citas, que me tomaría unas vacaciones de un mes. Hacía más de once años que no faltaba al trabajo ni tomaba vacaciones. Lolita, que comía un bocadillo, dejó de masticar y me miró desconcertada, -¿y bien? ¿qué carajo espera? -instigué molesto. Debió sonar como un insulto porque su cara se puso roja como un ají. Jamás le había hablado así. Una ira profusa me invadió. De repente tenía coraje con Lola, con Norma, con Mario, con mi madre, con Charlie y hasta con la dueña del restaurán. Rápido caí en cuenta de que el odio que acunaba mi alma, tenía nombre, el mío. Salí de la oficina y me metí en el Café La Triqueta . Pedí un whisky con limón, luego otro, y otro más. Necesitaba disipar el odio. Para cuando dieron las once de la mañana ya yo había bebido demasiado.

Sonó la campanilla de la puerta y entró al café una linda niña de unos siete años. Era pecosa y pizpireta como un cachorro de leopardo. Estaba vestida de bailarina con el pelo hecho una dona y traía una libreta y crayones. Me recordó una de esas figuras Yadró que mi madre coleccionaba sobre el mueble del televisor. Busqué un guardián o una mamá que acompañara a la chiquilla, extrañamente vi que estaba sola. Dando saltitos de ballet la niña llegó hasta mi, dos preciosos hoyuelos enmarcaban su alegre sonrisa; hizo un gran esfuerzo y escaló hasta el tope del taburete contiguo al mío, entonces, expresiva, me miró como sorprendida por su hazaña. Traté de ignorarla; pero ella, molesta, comenzó a patear el mostrador. Pensé con amargura que yo no era quién para jugar al papá. -bien bien bien... -dijo y comenzó a garabatear en su libreta con tanta fuerza que hizo temblar mi trago. -bien bien bien... -repitió, desbordándolo sobre la mesa. Al saberse evitada optó por observarme y sentí que su mirada era una lupa agigantando todos mis defectos para luego quemarme como a un insecto. La miré molesto y la regañé: -Nadie te ha dicho que es de mal gusto quedársele viendo a la gente. Entonces bajó los ojos, y su peinado de mujer vieja hizo un terremoto al compás de su manita de dibujante. -Para ti, -dijo, arrancando una página garabateada de su cuaderno. "Un garabato de felicidad", leí, e inmediatamente se me soltó una lágrima. -Llorar no sirve, -pronunció. Entonces su carita de niña buena se volvió de agua. Sentí que su esencia infantil me empapaba las facciones. Entonces vi a Charlie con un vaso vacío en la mano y caí en cuenta de que acababa de vaciármelo encima. -¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? ¿desde cuándo salimos a emborracharnos a mitad del día? -Quise responderle pero no me salieron las palabras. Estaba demasiado ebrio. En lugar de voz, me subió un gusto amargo y caliente por la garganta que salió disparado sobre su cara redonda. Recordé a Linda Blair y pensé que Charlie era el mismisimo demonio.

Continúa

Rueda, dos

Rueda, dos

2.
No recuerdo más de aquella noche, por más que me esfuerzo, no consigo hacer memoria. Nisiquiera recuerdo cómo llegué a mi casa, cómo me quité la corbata, dónde puse aquella tarjeta. Y no es que normalmente me importen estas cosas. Tampoco como si recordara cualquier noche anterior a la del 27. Cuando la vida se repite como la letra de una canción popular, se deja de ejercitar la memoria, se convierte uno un poco en vitrola. Incluso llegué a pensar que todo había sido un sueño. Hasta que llegó junio.

Eran las doce del día y estaba reunido con Charlie en mi oficina. Discutíamos la posibilidad de llegar a un acuerdo con las partes cuando éste se empecinó en que almorzáramos algo. Charlie siempre tenía hambre y además, negociar lo ponía nervioso. Esa tarde llevaba consigo un paraguas negro y sudaba copiosamente. Me recordó a Danny de Vito en el personaje del Pingüino. Normalmente no me reuno con clientes en público pero Charlie no era cualquier cliente; siempre estaba metido en líos, le gustaba salirse con la suya y no le importaba demasiado pagar sumas exorbitantes para ello. Esa tarde me explicó que conocía un excelente restaurante oriental en las inmediaciones y que éste contaba con espacio para reuniones privadas. Llegamos al umbral del lugar y una menuda joven vestida de geisha nos guió a través de un estrecho puentecillo sobre una fuente atiborrada de monedas y peces. Charlie echó una moneda al agua, dijo que para la buena suerte, un banco de peces pardos trató con infortunio de morderla. Un espectáculo francamente desolador. -Todo el dinero del mundo no sirve para saciar el hambre de algunos peces.-bromeó la anfitriona en un tono que a mi me pareció fuera de lugar. Nos guió hasta un improvisado cubículo formado por cuatro biombos de papel pintados de enramadas y pájaros. Era el único que quedaba vacío y estaba decorado escasamente por una alfombra encarnada y una mesilla de piso. Nos sentamos en el suelo. -Supongo que ahora nos vas a hacer quitar los zapatos -espetó Charlie, cínico, acomodándose lo mejor que pudo la barriga dentro del pantalón. La chica sonrió paciente, nos entregó el menú y procedió a servirnos el agua. Al hacerlo, la manga de su kimono se arremangó descubriendo la piel de su antebrazo. Entonces lo vi: el mismo círculo crucificado que le había visto a Veintisiete, pero con una variante, una línea vertical partía la cruz en seis pedazos, de modo tal que se formaba el efecto eidético de una W sobre una M. Por primera vez esa tarde presté atención a la cara de la joven, entonces el óvalo de su rostro se oscureció hasta que sólo quedaron unos horripilantes ojos iridiscentes de predador y unos labios perturbadoramente blancos. -¿Veintisiete? -dije mecánicamente, -Tu muerte, -contestó ella, paralizándome con su voz. Entonces abrió la boca y de sus entrañas salió algo parecido a una langosta; me vino a la memoria el libro de Las Revelaciones. Para mi horror el repugnante insecto trepó por mi pierna y forcejeó con mi boca hasta que logró metérseme por dentro; lo sentí bajar por mi garganta y quise gritar. Entonces las facciones orientales de la joven reaparecieron como en cámara lenta: los ojos negros, la nariz mínima, la boca pequeña pintada de rojo, nada en ella extraordinario ni aterrorizador. Se fue dando pasitos cortos con un gesto en la cara que a mi me pareció desfachatadamente cómplice. Tuve un ataque de tos, sentí un sabor metálico en la boca y antes de que pudiera pensar nada, un borbotón de sangre me mojó la camisa. Entonces, como si fuese un disparo, escuché la voz ronca de Charlie: -Por favor, sabes que hoy es 3 de junio. ¿Así piensas conquistar alguna mujer? -Y salí corriendo detrás de aquella breve silueta satinada perdida ya en la distancia.

De espalda todas las empleadas me parecieron idénticas, todas con el mismo kimono floreado y la misma cara china. Me puse como loco. Entré en la cocina forcejeando y comencé a revisar los antebrazos de todas ellas. Hasta que me di con el brazo equivocado, el de la dueña, quien murmuró con una voz estridente pero apática que qué rayos estaba haciendo, que si no me largaba de su restaurante en ese mismo momento llamaría a la policía. -La señorita encargada de atender mi mesa, necesito hablar con ella, -expliqué, pero debí lucir como un psicópata porque sin una segunda advertencia la mujer se dirigió al teléfono. -Tiene un tatuaje en el antebrazo, es un círculo en seis partes. ¿Alguien aquí conoce el tatuaje? -insistí mientras los cocineros, cuchillo en mano, se hacían ojos y regateaban mi suerte con la dueña. -La Policía ya está en camino, -declaró la mujer y al decirlo abrió la salida de emergencia para que yo me fuera. -¿Alguien aquí conoce a la Srta. veintisiete? -persistí. -Sabe, aún está a tiempo de irse de aquí dignamente. Y cuando lo dijo sonrió, y su serena sonrisa era un certero insulto en japonés. Salí de allí sintiéndome como un infeliz. Atiné a ver a Charlie saliendo por la puerta principal pero no quise afrontarlo. Cambié mi rumbo, casi salí corriendo; me sentía vulnerable. De la noche a la mañana me había convertido en un hombrecillo ridículo con los pies fuera de la realidad. Por primera vez en veinte años lloré, estaba teniendo visiones, seguro que me estaba poniendo viejo.

Continúa

Rueda, uno.

Rueda, uno.

1
Tenía los ojos increíbles. Era como si alguien le hubiera encrustado en la cara dos aquamarinas clarísimas, dentro bailaban dos centellas hipnotizadoras. Y no sólo sus ojos eran raros, su cabello parecía sintético, puesto, de muñeca, extrañamente opaco, demasiado rubio, demasiado muerto. La piel era un rastro leve de facciones pálidas, inexpresivas, etéreas; sólo la boca purpúrea y húmeda daba indicios de que en efecto allí había una mujer animada y no un fantasma. Toda ella parecía de mentira, una muñeca mandada a pedir por catálogo, demasiado perfecta para aquellos rumbos de ejecutivos trasnochados y obreros de la noche. Debí sospechar alguna cosa cuando reaccionando a su insistente mirada le ofrecí un trago y declinó mi invitación descruzando y volviendo a cruzar las piernas como un abanico de mano que en lugar de fresco echara calor.

Aquella mujer no comía, no bebía, me miraba con insistencia y sin pronunciar palabra: ¿Qué quería y qué la hacía fijarse en mi? Estas cosas pensaba cuando le di la espalda para sorber mi whisky y aclarar un poco mis ideas. Hacía ya nueve años que no sabía lo que era sentirme deseado por una mujer. No desde que sorprendí a Norma en ropa interior desayunando pancakes en casa de mi amigo Mario. Diez segundos dejé pasar antes de voltear a buscarla. Para mi sorpresa y como si se tratase de una aparición, ya ella estaba sentada junto a mi en la barra. Una fracción de segundo y su helada mano se posó en la mía. Se movía como un celaje, con movimientos suaves y rápidos: -¿Qué haces aquí? -preguntó como si estuviera recibiendo un telegrama de mis pensamientos. Su voz era melodiosa, rítmica, y ahogaba cualquier otro sonido. -No más despejándome un poco. -contesté sin sospechar lo que estaba por comenzar. -¿y tú? -carraspeé esforzado por no dejar ver mi estado de turbación por el alcohol. Pero ella contestó con otra pregunta: - Dime, ¿Sabes qué día es hoy? -27 de marzo. -contesté yo. Entonces sonrió. Tenía los colmillos desproporcionados al resto de los dientes, y por un instante pensé que estaba en presencia de una mujer vampiro. En tal caso todo lo demás hacía sentido. Ante la ocurrencia no pude evitar echarme a reír. Ella continuaba observándome, su boca era ahora una curva imperturbada ante mi risa imprevista. -¿Y cómo te llamas? -pregunté recuperando el aire. -Veintisiete -contestó ella muy seria y yo tuve que llamar al barman para ganar tiempo y digerir la extraña situación. -¿Deseas uno? -dije levantando el vaso, orgulloso y viril, pero ella no se inmutó en contestarme. Lo único claro para mi era que ella haría las preguntas -¿Qué hacías hace dos días? -me interrogó con una voz diferente a la anterior, y cuando lo dijo, su mano larga y delgada resbaló hasta mi entrepierna. -No más trabajando. -dije nerviosamente mientras sentí con sorpresa que ella abría mi cremallera. Nunca antes una mujer me había hecho un avance tan desvergonzado. -¿y luego? preguntó con una articulación exagerada que no parecíó pertenecerle. Su mano subiendo y bajando detrás del mostrador. -¿Luego? luego no recuerdo. -contesté con una mueca alargada, mitad susto, mitad excitación. Traté de poner mi mano sobre la suya pero como si se tratase de una película de suspenso su mano imposible ahora estaba sobre la mesa. -Señorita... Veintisiete, -dije arreglándome el pantalón, ¿Se está burlando usted de mi? -Entonces clavó sus ojos en los míos, y juro que pude ver nítidamente mi triste reflejo en ellos. Un hombre solo, a falta de pista, medio mojigato, una arruga vertical surcándome la frente, la muletilla de un trago en una mano, la otra hecha un puño, las pupilas dilatadas, la víctima perfecta. -¿Igual que hoy? -insistió ella convertida nuevamente en holograma. -Igual que hoy -respondí yo, ahora lleno de sospechas. -¿y dos días antes de e..? -También -la interrumpí en seco. -No sé a dónde vas con todo esto. Mira, si lo que buscas es robarme, no cargo efectivo encima y... -Entonces la vi voltear el torso con el digno equilibrio de un gato, su cuello blanco quedó expuesto y pude ver en él, un extraño tatuaje redondo de lo que me pareció era un calendario antiguo. Pensé que se iría molesta pero inmediatamente sentí su mano de cristal acariciando mi cuello y su aliento de vino en mi oreja: ese peculiar olor a hembra o conjuro de progesterona que de alguna manera evoca empezando por tu madre a todas las mujeres que has amado. Y tal vez porque estaba entrado en tragos o porque ella era tan seductora no tuve la voluntad para moverme. -No vine por tu dinero. -Susurró imperturbada ante mi actitud. Y deslizó sobre el mostrador una tarjeta dorada cuyo epígrafe leía: Srta.Veintisiete. Entonces exhaló y juro que pude ver el peculiar hálito de su boca metérseme por dentro como un imposible guante de humo turbadoramente negro. Dio media vuelta y su cabello de maniquí me dio un coscorrón. Ligera, se echó ambas manos a los bolsillos y se fue balanceando las nalgas sobre unos tacones rojos demasiado estrechos; una correilla de estrás terminada en corazón enredada en cada tobillo.

Continúa

Como yo te amé

Como yo te amé

Por Armando Manzanero

Como yo te amé
Jamás te lo podrás imaginar
Pues fue una hermosa
Forma de sentir
De vivir, de morir
Y a tu sombra seguir
Así yo te amé

Como yo te amé
Ni en sueños te lo podrás imaginar
pues todo el tiempo, te pertenecí
ilusión no sentí
Que no fuera por ti
Así es como te amé

Como yo te amé
Por poco o mucho tiempo
Que me quede por vivir
Es verbo que jamás
Podré volver a repetir
Comprendo que fue una
Exageración
Lo que yo te amé

Como yo te amé
No creo que algún día
Me lo quieras entender
Tendrás que enamorarte
Como yo lo hice de ti
Para así saber
Cuanto yo te amé

Sobre el gato de Ceshire y Alicia

Sobre el gato de Ceshire y Alicia

Para Mon

El gato sonrió al verla. Parece de buena naturaleza, pensó Alicia. De todos modos tenía unos colmillos largísimos y demasiados dientes. Así que Alicia pensó que debía tratar al gato con respeto.
-Ceshire puss...
Comenzó a decir Alicia tímidamente pues no sabía si el nombre le iba a gustar. La sonrisa del gato se hizo más amplia.
-Me podrías decir qué camino tomar.
-Eso depende de a dónde quieras llegar. -dijo el gato.
-No me importa mucho a donde llegue. -dijo Alicia.
-Entonces realmente no importa mucho a donde vayas. -dijo el gato.
-Siempre y cuando llegue a algún lado. -explicó Alicia.
-Oh, de seguro llegarás a algún lado.
Alicia sintió que eso no podía ser debatido, así que trató con otra pregunta.
-¿Qué tipo de gente vive por aquí?
-En esa dirección vive un sombrerero, y en esa otra, una liebre. Visita a cualquiera de los dos, ambos están locos.
-Pero yo no quiero estar entre locos -explicó Alicia.
-Oh, no puedes evitarlo, todos aquí estamos locos. Yo estoy loco, tú estás loca.
-¿Cómo sabes que estoy loca?
-Debes estarlo o no estarías aquí.
Alicia pensó que eso lo probaba todo, pero prosiguió:
-¿Y cómo sabes que estás loco?
-Para empezar, los perros no están locos. ¿Me concedes eso?
-Supongo que sí -dijo Alicia.
-Bueno, entonces verás, los perros gruñen cuando están molestos y mueven la cola cuando están contentos. Ahora, yo gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy molesto. Entonces, debo estar loco.
...

Alicia en el país de las maravillas, capítulo seis

Tengo

Tengo

Tengo miradas secretas, gafas y ojos con propósito. Cuentos terribles, escritos eróticos y fábulas de férulas. Una caja llena con mis peores vanidades, demasiado maquillaje, cremas de almendra, de bizcocho y de fideos chinos. Todo un guardarropa de valores, conflictos, religiones y culpas que no me decido a donar. Una tablilla de sonrisas; todas distintas. Todas las patologías psicológicas existentes en el mercado. Tablilleros enteros de calmas, dependencias, dependientes, consejeros y consejos. Un frasco de un sentido lógico que jamás me falla. Una aura verde y una sombra oscura al pie de mi garganta. Un grupo de duendes tardos que me causan pesadillas y me hablan en inglés. Un almanaque de libros provoca bostezos, libros provoca insomnio, termodinámicos o con forma de escupidera. Una cama rellena con poesía; dura, suave o dura otra vez. Una sábana con miedos sueltos. Una colección de cursilerías para gente valiente. Empapelados de caricaturas. Historias para niños. Infantilismos. Égidas para toda ocasión. Súper egos inflexibles. Un ángel de la guarda poco paciente y un rosario gastado. Un id malcriado. Una familia de locos. Budas sin barriga o con ella. Estatuillas de virtudes. Justicias con o sin venda. Refranes, muchos refranes. Un manifiesto sobre el daño del alcohol, cajas enteras de whiskey en las rocas o sin ellas. Dos colmillos en forma de espátula enmoheciéndoseme, pero solo dos. Pastillas resuélvelo todo, un manual sobre el hígado y un timbre que no uso de “Save the Planet”. Un cuarto lleno de latas que no reciclo, aerosoles perfumados y velas despide plomo. Purificadores de aire. Tengo miradas ajenas, propias y robadas. Guerras prestadas y tratados de paz sin firmar. Un médico para cada parte del cuerpo. Visitas por hacer. Nubes cuentistas. Perfumes esculpe personalidad. Accesorios define estados mentales, corporales y sexuales. Disfraces para toda necesidad. Silencios. Ruidos. Comentarios malintencionados. Palabras de bórax. Calma almas y quita sueños. Aburrimientos, entretenimientos egoístas, contradicciones y sabidurías escurridizas. Yoyes y sacrificios invisibles. Perfecciones imperfectas. Frialdades calienta mejillas. Verdades inventadas, dioses hijos de Dios. Demonios lastimeros. Tengo muchas cosas. Todas te las regal... pero... ¿a dónde...? ¡Cuidado con el...! (cataplum, y se lleva la puerta enredada). Ahora lo recuerdo, por algo es que tengo una alta muralla para que nadie entre aquí. ¿Dónde deje el frasco de pastillas para la memoria?

Altas expectativas

Altas expectativas

Una impresión sublime
sobrevuela mi mente
en el mágico baile
de la idea infinita.
Y todavía pretendo
ordenar el paisaje,
jugar a que puedo
escribir la mariposa.

BARAJAS DEL MUTOSCOPIO

BARAJAS DEL MUTOSCOPIO

El arquetipo en la perla,
baraja del mutoscopio,
es sólo una abisinia blanca,
esclava del leotardo.
Sus curvas no son de fruta
ni de metonimia etérea;
fragor risible de una femineidad falsa.

El erotismo pena
entre vulvas de peonías.
Acuerdo del colonizado,
complicidad de vaporizador,
mordaza de rosas a la identidad agria.

Mi cuerpo es el laberinto
de un minotauro hembra.
Mis tetas cargan la marca
de un doloroso carimbo.
Triste marilyn suicida
jugando a vencer la bestia.
Triste liviandad de espíritu,
agnosia de curvas y talco.

Puzzle

Puzzle

Nuestros pedazos ruedan
esparcidos en la acera;
sus formas sucumben
bajo la suela ajena.
¿Los podremos unir?

Los relojes no esperan.
Sin palabras nos morimos
en los verbos vivos.
Las respuestas convalecen
en el rojo de los vidrios.

Un paseante se disculpa.
y con un paño nos devuelve
unas huellas con sangre.
Todos sonreímos,
-Caminar no es un pecado.

¿Resistiremos?
Botos, nos levantamos.
No eres tú, no soy yo
y sin embargo,
nada impide que seamos.

Ahora el paseante se quiebra:
alguien más lo camina.
¡Rompámonos de nuevo!

Sensibilidades

Sensibilidades

En febrero del 99 escribí:

Detras de esta sucia celda
sólo se siente el silencio
el vacío de un ruido siniestro
eterno e irremediable
y tal vez sea culpa mia
este dolor de esclavo
este llanto hecho de vidrio
estas amarras de aire.

En el 2003 lo leí, quise corregir, tachar, reescribir, acoté:

Mi celda es el silencio
y tal vez sea culpa mia
este dolor de esclavo
este llanto hecho vidrio
estas amarras de aire.


Hoy reencontré el poema, volví a tachar, quedó así:

Mi celda es el silencio.

Cada año me como más palabras.

Quisiera

Quisiera

Quisiera tener más palabras con las que traducirme.
Escribirte un poema sin tropezar con imaginarios,
materializar este amor y enviártelo en una caja infinita
del color que tu prefieras. Desearía abrir mis pupilas
y dejarte entrar en los vasos sanguíneos dilatados a tu
nombre, regalarte mis manos para que extrañaras por ti
mismo tus formas en cada huella dactilar, ofrendarte
mi frente, aserrar mis sienes y dejarte husmear. Dejarte
mis sueños, los espejos, mis pensamientos, mi mirada,
el maquillaje, el diccionario de mis gestos, mi recato
y mi indecencia, mis temores, mis secretos, los pasajes,
los autores, las pinturas, mi hipotálamo, cada nombre,
cada sombra, cada beso, cada lagrima, todas las
modalidades del tiempo. Todo, quisiera dejártelo todo,
pero no puedo, debo conformarme con mover los labios
cada día y decirte burdamente que te quiero.

La Peste del mundo

La Peste del mundo

Antes que la sospechosa civilidad tocara esta tierra con cubiertos, pañuelos, letrinas, y el que debió ser el enorme trasero cagón del supuesto civilizador, los aborigenes defecaban, muy higiénicamente por supuesto, sepultando con tierra su caca. Y antes que ellos el primer cromañón, y antes que él, el Homo Erectus y todos sus antecesores. Sí, eso incluye el esqueleto de la sofisticada Lucy, porque la Lucy también cagó. Y antes que ella, hizo caca el simio, el mono, el reptil, el pez y hasta la membrana rugosa de la primera célula. Hasta el mismo Darwin cagó a diestra y siniestra de las Islas Tortola. Cagó el rey Louis XVI en su trono acompañándose para ello de su corte de príncipes y ministros y de todo aquel lo suficientemente honorable para asistir a su hora del baño. Defecaron Platón, Aristóteles y Sócrates, levantando sin más problemas su túnica en medio de sus concurridas charlas filosófales. Cagaron los ricos en sus vasijas de oro pintadas con el rostro de algún archirival. Cagaron los pobres muy modestamente en donde primero se les antojó; cagando y meando con sarcasmo hasta los jardines de los nobles. La gente se cagó en medio de la cena, en la habitación, enfrente de la visita, en la calle, sin problema, donde fuera.

De la mierda salimos y a la mierda vamos, pero se caga una pobre e inocente perra en alguna esquina baldía del piso de mármol y truena en maldiciones el mundo. Si hasta las mismas losetas tienen caca, las casas tienen caca, la tierra es 75% caca, el ser humano es potencialmente caca. Tenemos que vivir con y gracias a ella ¿Cuál es el conflicto?

Dos mil años antes de Cristo en la Isla de Creta, una princesa muy neurótica inventó el primer “toilet”, trastocando para siempre el flujo de la energía espiritual. Porque está claro que las energías confluyen, se contagian las manías, se piden prestado, se roban, se vengan y se pagan. Por esta ecuación espiritual fue que cuchucientos años después, ya en época de represión vejigo-intestinal, Leonardo Da Vinci redescubrió la nefasta invención. Mi madre debió ser familia de la complicada princesita cretense en alguna de sus encarnaciones –La casa huele a orines, a caca, a pupu, a pipi, a fo. Linchen a la perra por mear zonas marcadas. -¿De qué medievo salió esta mujer y por qué tuvo que ser mi madre?

Verá doctor, nunca he entendido esta sociedad, por eso enloquecí, por eso estoy aquí. Tras cientos de laxantes, decenas de hospitalizaciones a causa de mi estreñimiento y finalmente haber escupido caca por la boca comprendí que lo mejor para mí era internarme.

No pregunte tanto y déjeme culminar mi historia. Mi madre mató a mi perra a escobazos por hacer pupu y pipi dentro de la casa. Cuando sucedió yo tenia 13 años y había agotado todos mis recursos para entrenar al pobre animal. Cometí el error de dejarlo dentro de la casa, firmé en ello su sentencia de muerte. De eso hace hoy 15 años. Aún no logro superarlo. Igual que no supero mi sexualidad, ni mis obsesiones, ni mi comportamiento hacia un mundo en el cual me cago una y cien veces. ¿Se ha dado cuenta usted de que somos una contradicción ambulante? ¿De que nos hemos diferenciado de la naturaleza y apropiado de una razón que nos queda grande?

Hacemos casas encima de la tierra, sacamos vasijas del barro, creamos paredes con arena, todo, absolutamente todo lo sacamos del polvo y con el polvo la mierda, sin embargo lo detestamos. A ver, explíqueme eso y quedaré sanada. Durante años dedique 50% de mi día a sacar polvo de la casa, a trapear y a barrer. Inicialmente lo hacia al compás del mandato de mi déspota madre, luego vino lo peor, quedé contagiada con la obsesión insolente de la limpieza y reaccionaba a ella con la incapacitante capacidad de una autómata. Más adelante, cuando me hicieron la historia de aquellas arañitas siniestras y peludas ¿Le han hablado de ellas? Se llaman ácaros y viven de nuestras células muertas. Desde la primera vez que escuché hablar de ellas enfermé de asma. Se fija como todo encaja. Los animalillos viven de la mierda de nuestra piel, promueven enfermedades y son básicamente iradicables.

En alguna etapa de mi locura me ha parecido que lo de los ácaros ha sido mas que una invención del hombre para mantener a la mujer en el espacio de la casa. Es curioso que estos animalillos no hayan sido descubiertos hasta finales de los 30’s, en plena oleada feminista. Los hombres sabían que jamás podríamos superar lo de los ácaros y viviríamos prendidas de la escoba y del trapo, por eso se los han inventado. Pero bueno, no de mucha importancia a esto último que he dicho, es sólo la teoría de una loca al borde de la muerte por comemierda.

Comencé a hacer conexiones desquiciadas el día que leí que una cucharadita de semen diaria es sumamente nutritiva para la mujer. Jamás leí cosa similar de la menstruación o el flujo vaginal para el hombre. Bonito descubrimiento: ¿Sabía doctor que el hombre que se abstiene sexualmente tiene un riesgo desproporcionado de contraer cáncer de próstata, y que la mujer promiscua tiene exactamente el mismo riesgo, pero por la razón contraria?

Con polvo enloqueció Peter Pan y obsesionado por él quedó encerrado en el mundo de Nunca Jamás. Igual me sucedió a mí, sólo que yo nunca tuve una Wendy como Peter Pan porque me cago en la hora, me tocó ser mujer. Y las nenas no exploran su sexualidad, no se masturban, no se enamoran, eso caca, eso fo, eso da cáncer. Las nenas son como la Wendy de la historia y reprimen a todos los Peters de su camino, se estriñen y comen mierda, se niegan a aceptar los polvos mágicos y no se enamoran sino que se dejan enamorar y al final terminan viejas y amargadas, siendo visitadas esporádicamente por un joven y lozano Peter que curiosamente tiene mas edad que ellas pero aún tiene energía para saltar ofreciendo polvos a las niñas de ventana en ventana, con miedo de contraer cancer.

Suena el reloj alarma.

-Bien doctor, se ha acabado la hora, en nuestra próxima cita continuaré mis historias para que usted decida como diagnosticarme, ¿Por el momento qué ve en mi? ¿Cree que estoy loca? Si después de esta plática cree dentro de su ingenuidad que no lo estoy, deme unos minutos más para demostrarle con mi discurso que está errado. Y si aún eso me falla, no me quedará otro remedio que desnudarme y mamárselo hasta el cansancio, se lo mamaré tan fuerte y con tanta destreza que quedará sin palabra.
-El doctor sonríe.

-Acto seguido proseguiré a cagarme y mearme en su exquisito sofá de piel de camello.

-La sonrisa del doctor se pasma.

-Si al final no cree usted que soy yo una loca, puta y puerca, es que no estoy desquiciada, y me iré a recorrer el mundo llena de esperanza, pero sabe, dudo que no piense así, a usted como a mi madre y al resto de la gente, le gustan las perras, las casas y los traseros pero no soportan sus pestes.

Poema del no

Poema del no

No quiero ser la damisela en peligro,
si acaso aspiro a ser mi propio príncipe.
No quiero tu protección;
ya yo estuve en un útero,
ya mi madre me parió.

No quiero edificar la casa
sobre las vigas de otra gente.
Ni habitar mentiras y despertar un día
con otro apellido y sin nombre.
Lo que anhelo son verdades que sean sales.

No quiero ser la perfecta mujer complaciente.
Ni vivir tus sueños, ni ser tu mujer.
Prefiero ser la imperfecta mujer que es feliz,
que redime su quimera,
que se es fiel.

Triángulos: Pepe desde la noche

Triángulos: Pepe desde la noche

Nota:
Esta es la última parte de una serie de tres cuentos cortos (estaba perdida, y finalmente la encontré) titulada: Triángulos. Las otras dos partes (María desde María, y Pilar desde la ventana) están guardadas bajo el tema: Mis cuentos.

La noche le cayó pesada, como un aplastante yunque encimando todos sus miembros; le cayó de golpe, dura, con el insolente “cri cri” de los grillos como música de fondo; le llegó como un muerto: terrible, grávido, eterno, ineludible, silencioso; sobre todo esto último: silencioso. Con forma de sábana enroscada en su cuello, asfixiante. Le llegó a destiempo, sin darle tiempo... y aquel aire circulando de los abanicos era de todo menos oxígeno: era iones cargados unos contra otros, recargados, jodidos de smog, rejodidos: aquello era polen, era ácaros, era pelusa, era polvo, era dióxido y plomo, pero no, aquél aire que penetraba sus pulmones como una masa abstracta y caliente no era oxígeno. Y esa humedad aglutinada en su espalda, era insomnio, era calor, era sebo con tentáculos de pulpo succionándole la piel, era acritud, era sal oxidándole la vida, no era sudor. Y la lentitud del dial del reloj, lo incómodo de la cama, la arena bajo los pies, el decrépito sarcasmo de su gesto despierto: era ganas, era ansiedad, era extrañar, era playa cuando se quiere ciudad. Y la mujer acostada a su lado: era María, era una cabellera larga color azabache, era su mejor amiga, a veces, un poco su madre, era veinte años de compañía, era costumbre tempestuosa, era seguridad, era miedo, era culpa, era amante, era María, María Mendoza, Maricositalinda de Pepe, María adorada, siempre María... pero no, no era Pilar. Por eso, la noche de hoy, le caía como un yunque.

Tu siempre vas a ser...

Tu siempre vas a ser...

Tú siempre vas a ser
esa musa secreta
que desde mi mundo onírico
acaricia mi existencia
sólo para recordarme
desde mis sueños húmedos
que el amor cuando es amor
aún si termina no muere
sino que permanece siempre
anclado al pensamiento
con el rostro melancólico
del sentimiento mutante
que aun cuando se suplanta
sobrevive inmáculo
con la virtud de Dios
y la latencia del hongo.

Gatuno

Gatuno


Yo te quiero porque ves
aquello que se me ha perdido
y me haces transparente
como el rayo a la arena.
Porque entiendes al gato
que abraza tu mano.
Esa fiera patas arriba
con la panza a la carta
y las uñas retraídas.
Porque tu mano permanece
como la mano del dueño
que acaricia la esperanza
noble del regreso.
porque siempre dejas la ventana abierta
y sabes que quien ama no posee;
se posee.

Lista

Lista

Trataron de hacerme
puertorriqueña,
cubana y gringa;
speak, see, hear, no evil;
tres veces extranjera,
foránea de mi misma:
Frankenstein.
Devota, necia y suspicaz.
Clasista e Intolerante,
blanca, prepotente,
virgen, ortodoxa,
asexual.
Ca tó li ca,
fa ná ti ca,
po lí ti ca,
ho mo fó bi ca,
her mé tica,
y crí ti ca.
Mujer y machista,
costilla, chancleta,
enser, sinser,
lavaplato, plancha,
maquina de coser.
sin tética, sim bólica,
hija, esposa, madre,
no mujer mujer.
Obediente, discreta,
oído, no boca,
apén dice,
fría, privada,
troglodita,
línea, no curva,
Dr. Jeckyll, Mr. Hyde.

Sólo lograron la culpa.