Rueda, fin
La vieja desde su sillón me observaba ahora imperturbada. Su nieta asomada sobre mi como una bestia no hacía ningún esfuerzo por auxiliarme. Ella era ahora la silueta difusa de un chacal hambriento. Se acercó como olisqueándome; sus colmillos relucían como navajas a la luz de las lámparas. Traté de gritar por ayuda, quizás algún vecino me escuchara pero me di cuenta de que no podía moverme, mucho menos articular palabra. Entonces experimenté que un frío terrible me secaba por dentro como al grano de una uva. Sentí la boca terrosa y los miembros rígidos. De cerca vi que la mujer chacal traía en el antebrazo las dos emes mirándose. Traté de pensar en lo que podría significar este símbolo. Una hermosa voz se conjuró en mi interior: "Es la marca de Las Moiras, las walquirias, Osiris y Anubis; es todo lo mismo". Otra vez vi aquel insecto, pero esta vez mucho más gordo y de un verde esmeralda. Sentí resignado que mientras el insecto trepaba por mi mano y se detenía en mi pecho se me disociaba el espíritu. Ese enigmático humor que normalmente se pasea ligero entre la cabeza y el pecho estaba ahora aglomerado por completo en mi garganta. Abrí la boca buscando una manera de escupirme del mundo. Entonces vi a la vieja levantarse. Su cabello blanco, ralo y amarillento cayéndole hasta más abajo de la cintura era una visión indescriptiblemente grotesca. Bastó un movimiento de su mano para que el sanguinario chacal, lento, se alejara. Luego la vieja se sacó una tarjeta brillante del bolsillo y me la echó encima. -¿Buscabas esto? -dijo y su cara se transfiguró demasiado rápido en por lo menos una centena de mujeres. Distingí la niña del café, también a Lolita, incluso a Norma, un extraño cántico se apoderó de mi cabeza; el lóbrego coro repetía: "Kali, Kali, Kali, Kali...". Me vino a la memoria un mural callejero que llamó mi atención cuando era un niño. El mismo destacaba lo que supuse era un demonio terrible con pedazos de sus víctimas colgándole del cinturón; mi madre me corrigió, aquella era la diosa india Kali, lo que en sánscrito significa "tiempo". Las voces repetían ahora:"Bhavani, Chinnamasta, Chamunda, Durga, Himavati, Meenakshi, Rudrani Sati, Tara, Kumari. De pronto tenía frente a mi a la mismisima Veintisiete. -Te estás muriendo. -dijo arrodillándose junto a mi. Su piel era ahora de un azúl iridiscente, su cabello, oscuro y largísimo parecía cubierto de estrellas. El mismo le cubría el cuerpo desnudo. Tenía cuatro brazos, y en una de ellos sostenía una espada. Entonces se estiró formando con sus extremidades una cruz diagonal y supe que aquel tatuaje que había visto en su cuello era en realidad su sello. Cuento estas cosas y suenan todas terribles y horripilantes, en realidad en aquél momento no sentí miedo sino resignación y paz. Me quedé mirando su rostro que era bello y devastador como la naturaleza misma. Había sentido una emoción similar al contemplar en el zoológico a una majestuosa leona cuidando de sus cachorros. Un delgado vidrio salvando mi suerte.
-¿Sabes por qué estás por morir? Negué con la cabeza.
Su mano generosa tocó mi costado adolorido y supe que estaba muy enfermo.
-El odio te ha vuelto terco y egoísta. Toda tu vida, y la de los que has tocado, es gracias a tu cobardía, en vano. Vas hacia atrás, contrapuesto, y sin embargo, aún queda cierta benignidad en ti digna de salvarse.
-¿Quieres vivir? -Asentí con dificultud.
Entonces puso sus manos sobre mi cabeza y una gran oscuridad nos rodeó. Lo único visible de ella ahora eran sus ojos y un punto a mitad de su frente que cegaba como un rayo.
-Debes entender que el tiempo no espera por nadie, la vida no espera por nadie, hacerlo sería en realidad hacer lo contrario. Las lecciones que más duelen son también las que nos salvan. Dime, ¿Qué día es hoy?
Y cuando lo dijo sentí un dolor insufrible en todo mi cuerpo, aquello debía ser el infierno. Mi vida entera me pasó por la cabeza. Vi a Norma, pobre, deshabitada de mi, reinventando con dificultad nuestro romance; luego a Mónica, apenas diecisiete años, cargando en su vientre mi simiente. Vi a mi madre yéndose a morir solitaria a un frío hospital de Miami. Recordé a Mario arrepentido, sintiéndose traidor, quise gritarle que yo fui quien los abandoné primero. Recordé a Charlie, pobre diablo, acaso también se moría. De pronto sabía la respuesta, hoy era un día para reivindicarme. Y al pensarlo centelleó la chispa entre sus dos ojos y experimenté una descarga eléctrica que liberó algo en mi mente. Cada poro de mi cuerpo se sentía nuevo y vivo. Rápido sentí que agua helada empapaba mis facciones. Entonces vi a Charlie con un vaso vacío en la mano y caí en cuenta que acababa de vaciármelo encima. ¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco? ¿desde cuándo salimos a emborracharnos a mitad del día? -Quise responderle que había vivido esto antes, pero como adiviné que pasaría no me salieron las palabras. Comencé a dar arcadas de vomito descontroladamente, el líquido pestilente lo mojaba todo. Continué así por unos minutos. Casi me caigo del taburete si no es porque Charlie me sujeta. Finalmente logré respirar y al hacerlo sentí que no necesitaba otra cosa más que ese aire limpio que alimentaba mis pulmones. Escuché una voz femenil a mi lado. Gire el rostro y cuando la vi comencé a llorar. Estaba cambiada, mucho mayor, tendría ahora unos catorce años. Estaba vestida de bailarina y es la visión más hermosa que he visto en la vida. Tenía un pendiente de oro colgándole del cuello, leía Camila.
Fin.
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