Mi amigo Glup me ha pedido que lo suceda con el capítulo quince
de esta historia: http://unahistoriaentretodos.blogspot.com/
Yo a mi vez se lo he pedido a mi amigo Max de Sastre quien ha
aceptado el reto y sigue con el dieciséis. A ambos, Glup y Max,
mi admiración y aprecio.
Capítulo quince, El primo Carlos
Sentada al borde de la butaca del Hospital de San Pedro y acurrucada bajo una manta verde, ella observa sin pestañear el cuerpo entubado de Andrés. Al observarlo así, lleno de agujas y plásticos; y ante la amenaza de que sea éste el perturbador preludio de su muerte; piensa que el amor que siente por él es un doloroso cáncer que le descabala el interior. Siente que no es justo que acabe todo ahora que conoce estas cosas. Ahora que sabe que no se recupera el pasado sin sacrificar el presente. Se siente culpable y llora. Se despereza de la butaca dejando caer la manta color verde a sus pies, agacha la cabeza, deshabitada de fuerzas, mira sus pies y recuerda a Mad. Se acerca a la cama donde descansa él y lo besa con un gesto triste. Luego toma sus manos inertes y se las pone en la cara, las pasea por su cuello, su pecho, su abdomen. -¿y si no despiertas? ¿qué? ¿y si no alcanzo a decirte? -En un instante que le parece eterno se quita una a una las prendas que la visten: primero la gabardina, luego la camisa, duda... pero cae la falda, y rueda por sus pies la ropa interior. Queda desnuda. -Conoce que te amo. -le dice mientras levanta la sábana que lo cubre y se enrosca a su lado como una antigua amante. Mientras siente que ha vivido esto antes, quizá en sueños, la mirada se le pierde en el paisaje de edificios detrás del ventanal de vidrio. Un hermoso atardecer anaranjado se cierne. Ella toma la mano de Andrés, la pone en su pecho y sin sospechar siquiera, se queda dormida.
***
Un mirlo se posa en el alfeizar de la ventana, levanta el pico graciosamente y comienza a cantar dulcemente. Ella despierta, mira el reloj, nota que ha amanecido. Asustada ve que una enfermera joven coloca algo en el suero de Andrés.
-No se supone que las esposas duerman en la misma cama que los pacientes.
Ella aprieta la sábana contra su pecho, quiere disculparse, decirle a la enfermera que ella no es la esposa, lo piensa mejor, qué decir, abre la boca, comienza a balbucear algo...
-Por hoy me haré de la vista larga, la corta la joven de blanco, y sin esperar respuesta se aleja cerrando la puerta tras de sí.
Ella se siente estúpida.
El mirlo continúa cantando, ahora con más ímpetu. Ella lo mira desafiante. Ahora piensa que los animales totémicos son mensajeros oscuros... -chú, vete, chú - le grita desde la cama tratando de asustarlo. El mirlo detiene su canto con dignidad, da varios saltos hacia al frente y le devuelve la provocación observándola fijamente. Por un segundo ella siente que es una con el mirlo, que se le ha metido el animal por dentro, y que desde adentro el mirlo quiere organizarle el pensamiento, mostrarle algo. Aturdida, se levanta de la cama, cierra la ventana y deja desparramar la cortina para no ver el pájaro. Al otro lado, retador, el mirlo continúa cantando, ahora sí, de mala forma. Ella lo ignora y cierra los ojos un instante tratando de recordar el rostro del criminal que acuchillara a Andrés. Había estado tan nerviosa durante el atraco, y todo había sucedido tan rápido que de aquél hombre ahora sólo recuerda una cosa: vestía pantalones de cuero negro.
-Es todo mi culpa... -murmura y se tumba desnuda en la butaca acariciándose los brazos, abstraída. Comienza a recoger del suelo su ropa y reflexiona en voz alta: -Para empezar, jamás debí escribir aquello de: busco hombre que vista de negro y arranque la vida en un abrazo. El destino me jugó una mala pasada; hallé exactamente lo que pedí encontrar, un hombre que me arrancó la vida de Andrés en un abrazo...
El mirlo deja de cantar y comienza a emitir chillidos histéricos. Ella se levanta de la butaca dispuesta a hacer callar al animal. Un hombre cuyo rostro queda oculto detrás de un arreglo de geranios rojos entra a la habitación como un bólido, ella se cubre como mejor puede con la manta verde. El hombre pone los geranios a un lado de la pieza y se derrumba junto Andrés llorando. Ella suelta un gemido de asombro al reconocerlo.
-Celeste -exclama el hombre al verla.
Pero ella no responde.
-Soy yo Carlos -continúa, mientras se acerca a ella. -el primo de Andrés -se explica.
Y le da un abrazo tan fuerte que ella no tiene otro remedio que dejarse abrazar, entregada y mansa como lo hacía en su sueño. Confundida atina a desordenarle el cabello tratando de conmemorar juegos infantiles. Le impide la laca en el pelo, la amenaza un recuerdo, un escalofrio la recorre, fuera el mirlo continúa chillando. Quiere decirle a Carlos que lo fue a buscar a la Calle Poniente, que pensó que lo había encontrado en Andrés pero las palabras la abandonan y no es capaz de decir nada.
-Cuanto te extrañé.... oye susurrar a Carlos.
Su sueño se ha cumplido.