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Ceshire

Magenta

Magenta

Decir magenta es transportarme
al precipicio de tus manos,
al abismo y a esa garra
ofreciéndome el orbe
de tu lengua y de tu boca:
¿Entonces sera flaqueza?
Pensar magenta es convocar
cómplices soledades
que entre dos dan esta urgencia
de piel extasiada
y de alma insatisfecha.

Se hace la penumbra,
te haces tú a mis espaldas
y un arcángel rubio anuncia
un prodigio de esperanza.
Deshelas el ojo en mi frente,
floreces lotos en mi vientre,
tatuas el triángulo invertido
de tus manos en mi pecho.
Me dejas la tímida certeza
de saberme más que el resto
pero menos que la mayoría.

Querer así debería estar prohibido.

Phi

Phi

La vida es esa proporción
que me exige ser (de) alguien.
Amor/odio/amor/odio,
el fino hilo del espíritu
se (des)cose en mi carne
y al final no soy (de) nadie.
No, yo no soy mia,
siquiera soy de mi madre
que me parió creyendo la mentira
de que tendría una hija.
Alma/carne/alma/carne;
paso los días deshojándome,
mientras Phi,
ese invento descabellado,
permanece inalterado.

Autoretrato I

Autoretrato I

Tengo los ojos grandes
cuando miento se me esconden
y un fotógrafo invisible
pone flash a mis pupilas.
Sobre el pudor de mis senos
llevo el pelo hasta el ombligo;
no me peino
y me crecen mechones rubios
que yo oscuresco por vicio.
Guardo en el pecho una diosa
cuando llueve la despeino
y le pido milagros y pedazos del sol.
Contrario al resto del cuerpo
mis manos son como témpanos,
mienten las abuelas
son las manos, no los ojos,
el espejo del espíritu.
Asumo posturas abiertas
descruzo los brazos, cruzo las piernas,
todo a conveniencia.
Bebo café por despecho,
vino por romanticismo,
escocés por cobardía.
y un coro de ángeles resignados y amantes
habitan mi mente
y a veces me cantan dulcuras y acasos
que sólo logran desvelarme.
Es entonces cuando hago
aquello que más me pesa
escribir sin que se sepa
el trabajo que me cuesta.
Escucho ópera los lunes
beso al perro los viernes
me deprimo los domingos
digo que quiero más tiempo para besar soledades.
A menudo mis ojos
me declaran la guerra
finjo entonces un bostezo
y digo que tengo sueño.
Me la vivo comandando
peones, caballitos estrategas,
torres, kamikazes interiores.
Tengo atado a las caderas
cascabeles de velas,
aceites y esperanzas.
Y este retrato tan grande
con olor a geranios
que no se permite un final.

EL DOLOR DEL MINOTAURIO

EL DOLOR DEL MINOTAURIO

Si me buscas estaré
en los muslos de Diciembre
resguardando mi cabeza
de la ira de los dioses.
Yo sé, mi amor, que el invierno
es terrible pero pasa;
que el débil muere mil veces;
que la muerte es una mueca,
un mohín incomprendido
despuntando una promesa.
Lo sé y sin embargo la vida
cuando se apaga deja,
un efluvio de nostalgias,
una lluvia de tristezas.
¿Cómo ignorar lo que falta
si todo me recuerda a ella?
No, hoy no quiero tocar
las cuencas de tu sonrisa.
Déjame aquí, que los viernes
deben ser días de luto;
déjame aquí que los viernes
solían ser días de fiesta.

Algún día entenderás
el dolor del minotauro
que cuando se busca encuentra
a una bestia en su lugar.
Algún día entenderás
las miradas que se pierden
si se nublan un segundo
por observar el mar.
Si me buscas estaré
en los muslos de Diciembre
resguardando mi cabeza
de la ira de los dioses.

Discurso de Eva

Discurso de Eva

Uno de los poemas más eróticos que he leído. Lo comparto.

DISCURSO DE EVA
Carilda Oliver Labra (Cuba)

Hoy te saludo brutalmente:
con un golpe de tos
o una patada.
¿Dónde te metes,
a dónde huyes con tu caja loca
de corazones,
con el reguero de pólvora que tienes?
¿Dónde vives:
en la fosa en que caen todos los sueños
o en esa telaraña donde cuelgan
los huérfanos de padre?

Te extraño,
¿sabes?
como a mí misma
o a los milagros que no pasan.
Te extraño,
¿sabes?
Quisiera persuadirte no sé de qué alegría,
de qué cosa imprudente.

¿Cuándo vas a venir?
Tengo una prisa por jugar a nada,
por decirte: «mi vida»
y que los truenos nos humillen
y las naranjas palidezcan en tu mano.
Tengo unas ganas locas de mirarte al fondo
y hallar velos
y humo,
que, al fin, parece en llama.

De verdad que te quiero,
pero inocentemente,
como la bruja clara donde pienso.
De verdad que no te quiero,
pero inocentemente,
como el ángel embaucado que soy.
Te quiero,
no te quiero.
Sortearemos estas palabras
y una que triunfe será la mentirosa.
Amor...
( ¿Qué digo? estoy equivocada,
aquí quise decir que ya te odio. )
¿Por qué no vienes?
¿Cómo es posible
que me dejes pasar sin compromiso con el fuego?
¿Cómo es posible que seas austral
y paranoico
y renuncies a mí?

Estarás leyendo los periódicos
o cruzando
por la muerte
y la vida.
Estarás con tus problemas de acústica y de ingle,
inerte,
desgraciado,
entreteniéndote en una aspiración del luto.
Y yo que te deshielo,
que te insulto,
que te traigo un jacinto desplomado;
yo que te apruebo la melancolía;
yo que te convoco
a las sales del cielo,
yo que te zurzo:
¿qué?
¿Cuándo vas a matarme a salivazos,
héroe?
¿Cuándo vas a molerme otra vez bajo la lluvia?
¿Cuándo?
¿Cuándo vas a llamarme pajarito
y puta?
¿Cuándo vas a maldecirme?
¿Cuándo?
Mira que pasa el tiempo,
el tiempo,
el tiempo,
y ya no se me aparecen ni los duendes,
y ya no entiendo los paraguas,
y cada vez soy más sincera,
augusta...

Si te demoras,
si se te hace un nudo y no me encuentras,
vas a quedarte ciego;
si no vuelves ahora: infame, imbécil, torpe, idiota,
voy a llamarme nunca.

Ayer soñé que mientras nos besábamos
había sonado un tiro
y que ninguno de los dos soltamos la esperanza.
Este es un amor
de nadie;
lo encontramos perdido,
náufrago,
en la calle.
Entre tú y yo lo recogimos para ampararlo.
Por eso, cuando nos mordemos,
de noche,
tengo como un miedo de madre a quien dejaste sola.
Pero no importa,
bésame,
otra vez y otra vez
para encontrarme.
Ajústate a mi cintura,
vuelve;
sé mi animal,
muéveme.
Destilaré la vida que me sobra,
los niños condenados.
Dormiremos como homicidas que se salvan
atados por una flor incomparable.
Ya la mañana siguiente cuando cante el gallo
seremos la naturaleza
y me pareceré a tus hijos en la cama.

Vuelve, vuelve.
Atraviésame a rayos.
Hazme otra vez una llave turca.
Pondremos el tocadiscos para sIempre.
Ven con tu nuca de infiel,
con tu pedrada.
Júrame que no estoy muerta.
Te prometo, amor mío, la manzana.

Piromanía

Piromanía

El humo era señal
ella soplaba y él llovía.
Quedó el cerebro crepitando
una canción de noches frías.
Hawley y la cruel piromanía
columpiándose en los dedos
de una mujer suicida.

Extraña obsesión anacoreta.

Vulnerable

Vulnerable

Yo muero extrañamente... No me mata la Vida
no me mata la Muerte no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habeis sentido nunca el extraño dolor
de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
...
Lo inefable. Delmira Agustini.
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Hoy mirando la playa de Dorado pensé que el mar y yo somos ánimas similares; a veces dóciles, otras tempestuosas, tan llenos los dos de vida y horrores, Tánatos y Afrodita enamorados. No es casualidad que la playa de noche me provoque el mismo pavor que cuando aburrida busco fantasías en los rincones poco iluminados de mi mente, y en su lugar encuentro material para pesadillas. Hay una profundidad indómita en mi psique, un cierto espanto o cordura que se acerca a la locura de forma vertiginosa. Atreverme a pensarme en mi caso es una aventura peligrosa, pero yo soy valiente o trato de serlo o en realidad es el morbo lo que me incita a navegar en las aguas oscuras de mi cabeza. Y temo pulsar el botón equivocado y horror que no hay vueltra atrás, y la vida no era eso que me enseñaron en el catecismo, tampoco lo que me enseñé yo más tarde (pseudogurúdelasjustificaciones). Los miedos, todos, siempre han estado aquí, mienta yo o callen los demás. Encienda una vela púrpura, haga mantras o rece este rosario gastado. Y todo el dolor, la confusión, la inseguridad, la frustación, la tristeza, y la desesperanza, todo, todo lo que guardé de niña como una ofensa de nunca jamás ha mutado en dragones de aspecto cristalino y líquido que me asechan en sueños, nariz con nariz ¿Te imaginas?. El dragón de la desesperanza es peculiarmente peligroso. Parecería que te ha hecho un favor y se ha comido a los otros dragones cuando sólo los nutre en su interior. Y ya vez que la mujer del espejo es mentira y sólo en sueños podrás verme tal cual. Un enorme monstruo panzón dormitando en mi cerebro, la cola enroscada dentro de mi pecho, un peculiar cuco espanta palabras.

No me olvibes (desde la niña)

No me olvibes (desde la niña)

Kerido Markos:

Kiero desirte ke me gustas mucho, ke por ti me la vivo emferma, ke cuando te asercas en la escuela siento bértigo y cuando no lo ases, nausea. Preguntale a Vivian, te dira ke me la vivo en el baño y ke algunas beses lloro. En estas e bajado ya dies libras, ya ves ke estoy echa un saco de uesos, y dice mi mama ke no sirvo ni para caldo, ke le preocupa mucho que yo me valla a emfermar, ke no entiende mi conportamiento, ke me olvibe de ti, ke soy muy niña, ke me a dado duro el enchule contigo y no sabe como una niña tan pequeña puede estar enamorada.

Kiero desirte Markos ke por tu causa traigo locas a todas mis amigas, a mi hermana y a mis tias. ke nadie kiere que te nombre, ke te escriba, ke te sueñe. Ademas, dise mi papa que las niñas desentes no pueden tener novios. Y eso me pone triste Markos porque yo soy desente pero te kiero, mira que cosa mas estraña.

Kiero desirte Markos que por ti no como, ni duermo, ni estudio, ni ago otra cosa que pensar en cuando rallos es que va a sonar el bendito telefono y bas a ser tu. ke por tu causa me pelee a los golpes con mi hermana y todo por no entregarle el inalambrico. ke duermo con el telefono pegado a la oreja por si acaso tu me llamas y me enojo cuando mi mama kiere debolberlo al cargador a la media noche, y peleamos, aunqe ya no tanto. ke no es por nada ke e bajado las notas. Ke me estoy muriendo de amor. ke aqel dia en que me pediste el sí y kedé muda, mi silencio era cariño, era un beso, pero no pude desirte nada.

Nesesito que sepas que el mejor dia de mi vida fue el momento en que compartimos aqel bolso de Doritos en el Fil dei, los adultos entretenidos en las filas de alfrente, tu y yo escondidos detras de las gradas. Y aqel frio, y tu abraso.

Nada Markos, que nesesito desirte que me gustas mucho. Aunqe no te mire, ni te able porque soy timida y ademas dise mi papa que las niñas desentes no deben acercarse a los nenes aunqe les gustan, ke está mal sentir estas cosquillas ke yo siento por ti no te voy a decir donde. Pero yo soy desente y no puedo ebitar sentir estas cosas, mira ke estraño.

Que lo último que me dijo la psiquiatra fue que acabara de sacarme esto de adentro, que avanzara a escribir esta carta, que no importa que hayan pasado dieciocho años, que tú nunca te hayas enterado de nada, y que te hayas ido del colegio y de mi vida ese mismo verano.

S + M = A

Con amor.

Schahriar, Sherezada y el buscador

Schahriar, Sherezada y el buscador

"Intenté ponerme de pie pero me retuvo casi abrazándome. Una vez más me envolvió con su voz melodiosa describiendo mi belleza, comparándome con las huríes del paraiso de Alá y con estrellas del cine, asegurándome que no se cansaría nunca de mirarme, que podía pasar la vida entera extasiado ante una mujer como yo. Me estaba tomando el pelo, supongo, pero quise creerle. Sus palabras eran balsámicas, nadie me ha dicho nunca esas cosas. Y seguía hablando y hablando siempre en el mismo tono. ¿Acaso yo no deseaba que él también lo pasara bien? ¿Que este fuera para él también un día memorable? La mano se posó en mi cuello y un largo escalofrío me estremeció. Mahmoud insistió en que la cena aun no había terminado, aun faltaban los dulces. Con gran delicadeza deslizó un pastelillo de pistacho y miel en mi boca, sin dejar de acariciarme el cuello, jugueteando con mis collares y aretes... La llama de la última vela vaciló unos instantes y luego se apagó del todo..." Una noche en Egipto. Afrodita. Isabel Allende.

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Hoy serás Schahriar, yo Sherezada y recitaré un cuento tan largo que no tendrás otro remedio que cerrar los ojos y soñar que en algún punto de esta historia se fragua un final. Hablaré sin parar, no tendrás tiempo para pensar, ni para ninguna otra cosa que no sea escuchar este cuento inconcluso, carente de, un círculo blanco dentro de otro negro y la hipnosis de saberte aquí dentro. El sueño, las ganas y el no; porque sé lo que pasaría si terminara esta historia. Aburrido decidirías recobrar tu dignidad de sultán traicionado, pero no, al menos no yo, sólo este cuento sin final, porque lo demás sería suicidio. El buscador del desierto caminaba de noche y dormía de día, y en aquella ocasión iba descalzo. El pantalón arremangado, un bulto gris sobre los hombros, la cantimplora siempre llena colgándole de una de las muñecas y la camisa amarrada a la cintura. Ya volvería a cubrirse el cuerpo cuando saliera el sol. Sus pies ligeros se hundían entre las dunas, todas idénticas a la luz de una luna sonriente. Los escorpiones y las serpientes le rozaban los tobillos como mil lenguas gustándolo, pero el buscador no temía, había nacido con una peculiaridad, jamás sentía miedo. Su corazón no cambiaba de ritmo, su temperatura corporal no ascendía, su piel no secretaba sustancias que lo delataran. Las alimañas del desierto apenas sentían su paso sosegado, por eso no lo atacaban. El buscador tampoco se apesadumbraba si pasaba el tiempo y no encontraba nada; tenía el espíritu alegre. Su único problema consistía en que no sabía concretamente lo que buscaba, y ese es un problema muy grande para cualquier buscador. Lo que sí sabía era que el mejor lugar para encontrar tesoros es el desierto y no la ciudad porque al reducirse las distracciones los ojos trabajan holgadamente y son más capaces, además, "son los pequeños detalles los que guardan las verdades más grandes". Así se decía el buscador justificando su falta de claridad con sana intención, cuando observó que a lo lejos una frontera de smog cortaba de tajo la dignidad del desierto. Al otro lado de la frontera castigaba un sol terrible, era ciudad, ruido y agitación. Una mujer con botas y traje militar caminaba histéricamente con un reloj redondo colgado del cuello, un mapa en una mano, y una ametralladora en la otra. Buscaba ansiosamente debajo de los autos, en las alcantarillas, en los ojos distraídos de los paseantes y las ratas. Una buscadora, pensó el buscador, envidiando secretamente aquél mapa torturado de negras cruces, pero volteó el rostro, buscando horizontes más tranquilos, no se podía buscar en paz con aquél ruido...

Sobre las palabras y Bernard

Sobre las palabras y Bernard

Hubo un tiempo en que escribí con amor, paciencia y entrega de alquimista, pero ahora que ya he perdido la fe en los metales se me hace difícil escribir crisopeya, y que me guste. Las palabras me han abandonado, huyen de mi como de un delicuente con hambre, saben que con inocentes ladrillos se han levantado terribles ciudades, que una palabra a destiempo es peor que un cuchillo en las manos de un suicida. Y que se entienda que la suicida soy yo. Pobres, pobres palabras que me temen tanto como yo les temo a ellas. Fetiche horizontal. Atrofia. Afasia. Punto. No coma. No seguido. Nada. Nada de nada. Soledad. Vacío. Y ya sólo sé leer a los otros con esa sensación extraña de estarme viendo los poros tridimensionalmente. ¿Parásito tiene femenino? Se me perdió el yo: Qué puedo decirte a ti que vienes hasta aquí buscando un oasis y encuentras este desierto, el cielo anaranjado, el viento huraño y granuloso, esta triste fogata abandonada. No es una broma de mal gusto, es la realidad, un día desperté y encontré la habitación vacía, sin música, poemas o cuentos. Sin Nietzsche, Baudelaire o Kakfa: ¿Josefina el ratón aun existe? Entonces claro, uno se comienza a preguntar si esto era la vida. Y empieza a oír las historias de Don Bernard con más atención y se pregunta si Don Bernard es un eco del futuro. Y pregunta, pregunta a este hombre que con una alegre sonrisa elegante te contesta que la soledad es inevitable. -"Rodeado de gente, con hijos, ex mujer, amigos, tú, pero irremediablemente sólo". Y el miedo. Y este gusano que te observa.

Mago

Mago

Conozco todos tus trucos
y aun así permanezco
no como humo y silencio
sino como carne, como hueso.
Tus artimañas no me pueden
como pueden a los otros.
He visto tras las cortinas
del teatro, la tramoya.
No creo en ti y sin embargo
si observas la galería
verás divertido el rostro
de una mujer constante.
¿De qué sirve la pasión
si se pasea desnuda?
¿Cuánto dura el erotismo
que enseña más que los muslos?

Tendrías que quitarte
por una vez la chistera.

Egoísta

Egoísta

El calendario mal llevado, me guste o no, me forma el esqueleto, y junto con estos días de septiembre voy perdiendo costillas, ambos húmeros, los dientes. El arquetipo de la prostituta se columpia en mi garganta. Existen tantas formas de prostituirse. Sé que mi ser interior no es negociable y sin embargo... Recibiré octubre feliz pero echa una masa amorfa, esparcida, líquida. El carisma como un demonio gris baila sobre mis pupilas justificándome ¿Don o castigo? Y luego convivir con la máscara sin boca, con el aura que no miente, y el karma que se carga hasta el final de los días. La culpa es como una servilleta desechable, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Y bueno. Tengo que levantarme el ánimo, no perder el entusiasmo. Vivir. Cantar a todo pulmón esa canción de Alanis que a veces logra alegrarme:... "I'm a sinner, I'm a saint, i do not feel the shame"... y esta casa me muerde y a veces es como un castigo. Debo escapar. Buscar del mar, de la naturaleza. Salir de aquí con los ojos limpios de maquillaje y las muñecas hasta el antebrazo de brazaletes con dijes agitanados. Los días libres no son para perpetuar la esclavitud. Pero estoy cansada. Tan cansada que quisiera postrarme boca abajo en la cama y que una mano invisible acunara mis nalgas como las de un niño, y no abrir los ojos hasta dentro de una semana, que no me hable nadie, que necesito estar sóla, meditar, buscar salida a toda esta infelicidad de septiembre.

Te acordarás un día

Te acordarás un día

Te acordarás un día
de José Angel Buesa

Te acordarás un día de aquel amante extraño
que te besó en la frente para no hacerte daño.
Aquel que iba en la sombra con la mano vacía,
porque te quiso tanto que no te lo decía.

Aquel amante loco que era como un amigo
y que se fue con otra para soñar contigo...
Te acordarás un día de aquel extraño amante,
profesor de horas lentas... con alma de estudiante.

Aquel hombre lejano que volvió del olvido
solo para quererte como nadie te ha querido.
Aquel que fue ceniza de todas las hogueras
y te cubrió de rosas sin que tu lo supieras.

Te acordarás un día del hombre indiferente
que en las tardes de lluvia te besaba en la frente.
Viajero silencioso de las noches de estío
que sembraba en la arena su corazón tardío.

Te acordarás un día de aquel hombre lejano,
del que más te ha querido... porque te quiso en vano.
Quizás así de pronto te acordarás un día
de aquel hombre que a veces callaba y sonreía.

Tu rosal preferido se secará en el huerto
como para decirte... que aquel hombre se ha muerto.
El andará en la sombra... con su sonrisa triste
y únicamente entonces... sabrás que lo quisiste.

José Ángel Buesa (Cuba)

Poema del loco amor

Poema del loco amor

Poema del loco amor
de José Angel Buesa

I

No, nada llega tarde, porque todas las cosas
tienen su tiempo justo, como el trigo y las rosas;
sólo que, a diferencia de la espiga y la flor,
cualquier tiempo es el tiempo de que llegue el amor.
No, Amor no llega tarde. Tu corazón y el mío
saben secretamente que no hay amor tardío.
Amor, a cualquier hora, cuando toca a una puerta,
la toca desde adentro, porque ya estaba abierta.
Y hay un amor valiente y hay un amor cobarde,
pero, de cualquier modo, ninguno llega tarde.

II

Amor, el niño loco de la loca sonrisa,
viene con pasos lentos igual que viene a prisa;
pero nadie está a salvo, nadie, si el niño loco
lanza al azar su flecha, por divertirse un poco.
Así ocurre que un niño travieso se divierte,
y un hombre, un hombre triste, queda herido de muerte.
Y más, cuando la flecha se le encona en la herida,
porque lleva el veneno de una ilusión prohibida.
Y el hombre arde en su llama de pasión, y arde, y arde
Y ni siquiera entonces el amor llega tarde.

III

No, yo no diré nunca qué noche de verano
me estremeció la fiebre de tu mano en mi mano.
No diré que esa noche que sólo a ti te digo
se me encendió en la sangre lo que soñé contigo.
No, no diré esas cosas, y, todavía menos,
la delicia culpable de contemplar tus senos.
Y no diré tampoco lo que vi en tu mirada,
que era como la llave de una puerta cerrada.
Nada más. No era el tiempo de la espiga y la flor,
y ni siquiera entonces llegó tarde el amor

Realismo posmoderno

Realismo posmoderno

Personajes:
Pedro: 22 años
Claudio: 15 años

Locación: Sala

Sonido:
Se escucha una airada discusión en una de las habitaciones contiguas a la sala. Pedro discute con sus padres.

Claudio, sentado en el sofá de la sala: gesto cansado; cerveza en una mano, control de TV en otra; las mangas de su camisa de vestir arremangadas hasta arriba; el botón de su pantalón abierto y la corbata a medio quitar: mira la televisión con gesto sereno, cambiando vertiginosamente los canales sin detener su atención en ninguno.

Pedro, su hermano, notablemente menor, vestido de jeans y pulóver, llega ruidosamente de la habitación contigua con la cara sonrojada y se le sienta al lado: le quita la cerveza de las manos, sorbe un trago y se la regresa. Claudio gira su cabeza unos segundos para observarlo con cara sorprendida pero no dice nada.

Ambos se quedan en silencio observando el televisor por unos 6 segundos

Pedro interrumpiendo nuevamente a Claudio; pensativo:
¿Y qué si pudiésemos tener una memoria concienzudamente selectiva? ¿Y qué si sólo recordásemos aquello que quisiésemos recordar?

Claudio gira la cabeza al lado opuesto a Pedro y esboza una sonrisa diminutiva; en una fracción de segundo regresa su cabeza a la posición original y continúa cambiando los canales con gesto imperturbado.

Claudio con voz suave y pausada:
No existiría una realidad colectiva.

Pedro filosofando con voz acelerada:
Pero... ¿Existe tal cosa? ¿Es mi realidad tu realidad? ¿Eres lo que crees que eres, o eres lo que yo creo que eres? ¿Hay una sóla verdad? ¿Quién la tiene?

Claudio para en uno de los canales con cara ligeramente divertida:
Winnie The Pooh

Pedro hace una pausa para mirar a su hermano.

Pedro, ligeramente disgustado:
Coño no me estas atendiendo: apaga el televisor.

Claudio indiferente:
¿El de cuál?

Pedro refunfuñando:
¿Cómo el de cuál? El único que tenemos. Si estarás hoy hijoela...

Claudio: caso omiso: voz suave:
¿Quién?

Pedro molesto:
¿Cómo quién? ¡Tú, cabrón!

Claudio riéndose:
Ah... Ok. Ahora nos estamos entendiendo: ¿Las noticias o MTV?

Música:
…Es Winnie the pooh
Winnie the pooh…

Narrador:
Y se retuercen sobre sus tumbas los realistas griegos, especialmente Aristóteles.

Heredero

Heredero

Un hombre se autoproclama mi heredero. ¿De qué sirven las sonrisas apagadas? ¿las miradas que no observan? ¿los cuerpos sin motivo? ¿De que sirvo yo muerta? Mujer de fuego apagado. Pero no entiende. Vestido de blanco no dice nada concreto, pero así como al azar intercala frases en clave morse con miradas que sólo yo comprendo. Hace uso del lápiz, hace el mapa de mi vida, exige estrategias y se hace la guerra. El belicoso tiempo nos va baleando miembros. Primero las manos, luego las piernas, el blanco más valioso es el pensamiento, pero aun no. Salgo a la calle y cien luces que dicen saberme iluminan mi figura de muñon en silla de ruedas, me muestran la ruta a seguir, por ahí no, por aquí sí, pero temo doblar en la esquina iluminada y perderme definitivamente (de mi/de ti). En una esquina el mundo se hinca ante mi y se me ofrece, delirio. En la otra el amor me llama a gritos que hieren mi oído. Doblar y perderme. Doblar y olvidar. Doblar y encontrarme. Un pensamiento rebelde me tortura ¿Y si cometo el error más grande de mi vida? Pero recuerdo que amo al hombre vestido de blanco. Recuerdo que tendré hijos, quizás dos, que envejeceré junto a él, que todo exige sacrificio y la vida... ¿Y si estoy cometiendo el error más grande de mi vida? ¿Y si no quiero hijos, ni familia, ni esa soga que me está cercenando el tobillo?

Mejor sería que terminaran de balearme el pensamiento.

Beso en pena

Beso en pena

El beso que te negué
da caricias de alma en pena
a labios fríos, inertes, duros.
A lengua seca me pronuncia furibundo.

Mitómano del deseo
se hace eco de otros besos.
Sin descansar duerme al pie de mi boca.
Como Cloto hila, sarcástico, hila.

Ese beso que maté, ese beso no perdona.
Ignora a Laquesis y a Átropos.
Una brisa helada roza mis labios.
Te recuerdo, tiemblo.

Corazones (Miguel Bosé y Ana Torroja)

Corazones (Miguel Bosé y Ana Torroja)

Hay corazones plagados de estrellas
enamorando a las noches más bellas
no me imagino escribiendo estas cosas sin ti.
Hay corazones que intentan poesía
el mio ni harto de amor te diria
que no consigue belleza de luna sin ti,
vez...

Hay corazones que van despacio
locos y ciegos buscando su espacio
hay corazones y corazones
y cada cual latira a sus pasiones
Hay corazones con alas de espinas,
te dan deseos, caricias,
no me imagino el placer de una herida sin ti,
vez...

Me llueven mares de corazones,
cambiando el rumbo de mis emociones
un horizonte y un para siempre
mi corazón que con el tuyo se pierde.

quiero, más que nada se que quiero
más allá te quiero y siento
siento que me hace bum bum
mi corazon bum bum
Quiero, tanto quiero y quisé tanto
y tanto fue que no se cuanto
siento que me hace bum bum
mi corazon bum bum bum bum
Hay corazones que tiran al arte
y solo el tuyo que es punto y aparte
no me imagino una vida una historia sin ti
vez...

Me llueven mares de corazones
cambiando el rumbo de mis emociones
un horizonte y un para siempre
mi corazón que con el tuyo se pierde.

Hay corazones que van despacio
locos y ciegos buscando su espacio
hay corazones y corazones
y cada cual latira a sus pasiones
Me llueven mares de corazones,
cambiando el rumbo de mis emociones
un horizonte y un para siempre
mi corazón que con el tuyo se pierde.

Esclava

Esclava

Puedo abrazarte y mentirte,
decirte que no pasa nada,
que tengo los ojos húmedos
pero mi alma está seca.
Que soy fuerte y las lágrimas
son confusión, no certeza.
Que este dolor sanará
y el amor no escapará
precipitándose
herida
abajo.

Cuando pase este dolor
y me convierta en el amo
del que escribió Hegel
¿Podrás mentirme tú?

Si me nombras desaparezco

Si me nombras desaparezco

Si me nombras desaparezco

Los alimentos nos definen, así pensaba Karla cuando con un súbito movimiento del barco la cuchara resbaló de sus dedos y cayó al suelo salpicando de Piña Colada a todos los comensales. Todos en la mesa quedaron en silencio. -I have drink too much, -trató de explicar en un inglés forzado, pero no fue necesario porque en menos de un segundo ya todo el mundo había vuelto a su conversación mostrando una sonrisa paciente que a Karla le pareció desconcertante. Eso tenían los norteamericanos, les salía fácil sonreír. Nunca se sabía en qué pensaban ni con que motivo oculto mostraban los dientes. Igual te mandaban a la mierda con una diplomática y sonriente cara. Tan diferente a ella, inexorablemente caribeña, su rostro y sus ademanes poniendo subtítulos a sus silencios. Cuidando de que nadie la viera, Karla metió el dedo índice en el coco e intentó sustraer con la uña un pedazo de tela. Qué falta de modales, Karla, qué verguenza. Pero no le importó demasiado. Después de todo en ese barco a todos era ajena. Había ido a encontrarse, a saber lo que era ser libre por primera vez en su vida. Si algo le había enseñado la muerte de Caridad era eso. -Al menos yo soy libre. -le había dicho con una risilla alegre unos días antes de morirse. Un habano en una mano y la jeringa de un perturbador suero en la otra.

Karla había bebido demasiado aquella noche y antes de que pudiera tomar conciencia ya tenía la mitad de la mano dentro del fruto. Acto seguido y sin mucho remilgo se metió a la boca tres hilachas blancas olorosas a ron. En su mano izquierda un anillo de corte princesa destelló. Del otro lado de la mesa un hombre de ojos almendrados sonrió. Karla no lo vio.

En su boca crujió la carne del coco. Y Karla pensó que una vez crujió una tela similar entre los dientes de su hermana. Cerró los ojos y pensó en Caridad, en su cocina pequeña habitada de plantas de recao vueltas ireconocibles a tijerazos. En su delantal eternamente sucio de viandas y el peculiar olor de su oscura melena, mezcla de champú, humo de fogón y frituras. El recuerdo de Caridad lo llenó todo en aquél instante. Y Karla supo que su hermana estaba ahí, viva, saboreando aquel coco junto a ella, burlándose del falso decoro y riéndose a todo pulmón de aquello. Abrió los ojos como buscando su aroma entre los platos que ahora un escrupuloso mesero sloveno colocaba como humeantes trofeos sobre la mesa redonda. La sortija en su dedo le regaló un destello azulado que ella apreció calladamente. Recordó: había sido algo más que Caridad lo que la había echo llegar a este gigantesco crucero que hoy emprendía su travesía en alta mar tan desolado como ella.

Escrutó las miradas ahora sobrias de sus compañeros de mesa. Todos ignorando su plato y observando con atención el ir y venir de los meseros como si fuese de mal gusto demostrar que en efecto se habían reunido allí para cenar y que tenían hambre. Finalmente llegó su plato. -It's in the vegetarian menu, -explicó a sus acompañantes de mesa que observaban su colorida cena con el mismo entusiasmo que minutos antes habían observado el enorme collar de madre perla que había decidido estrenar esa noche como un segundo esternón entre los huesos de la caja torácica. -So tell us darling, where are you from? -escuchó decir a una altísima rubia de voz áspera. Sus restantes siete compañeros de mesa se entornaron hacia ella divertidos por su extraña presencia étnica. -I'm from Nishú, an island close to India -dijo de sopetón sin poder resistir la tentación de narrarle un cuento digno a su aburrido auditorio, de llenarlos de mentiras jugosas y grandes como ostrones. -Nishú!!! -I've heard of it!!-exclamó entusiasta el hombre de los ojos almendrados. Hasta entonces Karla no se había fijado en aquel pelinegro de ojos árabes. Quiso reírse de aquel hombre que decía conocer la isla recién inventada, por eso frunció el entrecejo y bajó la mirada para que no le leyeran la sonrisa en los ojos. Trozó entonces un pedazo de berenjena con los dedos y ante su atónito auditorio comió con las manos. -In my country this means: I'm most honored by your presence. -Dijo inclinando la cabeza y poniendo cara de ingenua. Luego probó los hongos y la polenta con una mueca cándida que la transformó al momento en una especie de Saravasti antigua. Nunca una mujer se vio más refinada en una cena formal. Incluso la rubia de la voz desabrida demostró su empatía para con ella comiendo su ensalada con los dedos. Sin dar tiempo para más, Karla abandonó la mesa levantando el dedo índice como si estuviera tratando de hacer sentar a un imposible perro,- In Nishú, this means: good night. -Dio media vuelta y se fue riéndose, abriéndose paso aceleradamente entre las demás mesas. De reojo Karla alcanzó a ver al mesero sloveno visiblemente indignado de que partiera antes del postre. Estaba ya a pasos de cruzar el umbral del salón cuando entre las altas puertas de roble, al final del pasillo, recostado de una de las columnas, divisó nuevamente al hombre de los ojos negros. Confundida volvió el rostro para inspeccionar la mesa recién desertada. Vio que en efecto él ya no estaba allí. Sintió un suave escalofrio, se inquietó: ¿Sería posible que aquél hombre fuera Z? Volvió el rostro rápidamente pero ya no lo vio.

Aturdida se apresuró hasta el elevador, tocó el timbre, esperó. Aproximándose desde las escaleras, el hombre de los ojos árabes se detuvo a su lado. El corazón de Karla se aceleró, el hombre sonrió tímidamente y ella le devolvió la sonrisa. Karla se acercó a él e inspeccionó cuidadosamente cada una de sus manos. Luego se dedicó por un tiempo desmesurado a delinear con la punta de los dedos ambas cavidades de sus ojos, la nariz, los pomulos, los labios. Una vez ahí procedió a besarlo. El aceptó el beso pero algo no estaba bien. El hombre estaba tan excitado que apenas respiraba. Karla supo que se había equivocado cuando lo escuchó susurrarle en un francés perfecto: -votre pièce ou ma chambre? Karla cortó el beso de tajo. -Me equivoqué, -le dijo en claro español apresurando su paso escaleras arriba.

Ya en su cuarto, recostada en su cama todo parecía darle vueltas. Ebria la vida se le hacia mucho más sencilla, la muerte de Caridad menos pesada. Era fácil darle en un beso el alma a un extraño. Apostar todo a un mismo número. Recordar que la muerte está más cerca de lo que uno piensa, que puede tocarle a cualquiera. Que la sensación de eternidad es ilusoria y que nadie nace para estatua. Pensó que si alguien se merecía morir era ella y no su hermana que le tenía tanto gusto a la vida y se entregaba toda como si no existiera el mañana. -¿Dónde estás Z? -y volvió a observar el anillo.

Z era un hombre que conocía sólo por cartas. Jamás vio su foto. Jamás le preguntó su nombre ni su edad. Al principio era sólo un juego. Ella inventaba acertijos que él resolvía con suma facilidad. Cosa que la intrigaba. Nadie más había podido descifrarla de ese modo. Por eso le envió su foto y su dirección postal, por eso también en alguna ocasión le había dedicado cartas que él respondía con citas de autores varíos. Z no tenía voz propia. Por eso tal vez Karla se había atrevido a enviarle en cartas lo que no se atrevía a contarle a nadie. Un día le llegó por correo un paquete sin remitente firmado tan sólo por una enorme zeta. Adentro encontró un perfume tamaño viaje. La rosca de la boquilla del atomizador era particular y estaba adornado por un diamante. Adentro del paquete había una inscripcción a maquinilla:

Redondo redondo
barril sin fondo.

No lo entendió.

Semanas después, en la penumbra del cine, buscando en el fondo de su cartera, palpó algo redondo y hueco e intuitivamente se lo colocó en el dedo anular. No lo podía ver bien. Pero la mataba la curiosidad. ¿De dónde había salido? ¿Se lo había colocado algún admirador en la cartera? La idea le resultó terriblemente romántica y la torturó por días el no saber su procedencia. Hasta que observó el perfume con detenimiento y se dio cuenta de que el anillo encajaba perfectamente en la boquilla del atomizador. Sólo entonces asoció el anillo con Z. Un mes después recibió otro paquete también sin remitente. Esta vez encontró un folleto con información sobre un Crucero. Había varias fechas en el mismo pero sólo una de ellas estaba sombreada de amarillo fluorescente. Al principio le pareció una locura. Una aventura precipitada. Ella no era del tipo de persona que se tomaba riesgos. Después de todo no conocía a este hombre. Pero luego le sobrevino la duda. Y se comenzó a preguntar qué forma tenían las manos que adivinaban sus acertijos y los ojos que la leían con paciencia de psiquiatra. Luego murió Caridad y la asaltó el presentimiento de que el reloj de la muerte corría también para ella. Un par de semanas más, y ahí estaba ella, acostada en una cama que se balanceaba de lado a lado como una agitada cuna que le producía náuseas.

Alguien tocó a su puerta y Karla se inquietó. Por el ojo de la puerta divisó nuevamente al hombre de los ojos almendrados. ¿Tienen ojos árabes los franceses? Escuchó que el hombre la llamaba con voz suave y trató de recordar si era posible que aquel hombre supiera su nombre. -Karla, soy yo, ábreme. -Lo escuchó decir en un español casi incomprensible. El silencio se hizo denso. Un papel se deslizó debajo de la puerta. Karla lo leyó:

Si me nombras desaparezco.
Si no lo haces jamás sabrás.

Karla dio medio giro al seguro de la puerta, había decidido romper con el silencio, nombrar a Z, saber. Al otro lado de la puerta el hombre que ella había imaginado diferente la esperaba sonriendo. Después de todo no sólo tenían ojos árabes los franceses, también tenían cara y voz las cartas aunque no se distingan en ellas el acento ni el gesto de quien las escribe.