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Beatriz no existe

Beatriz no existe Pedro Jorge Romero ha escrito algo sobre un chino que se niega a beber del lago del olvido. Alejo los ojos un segundo del texto para razonar que tú tienes algo del Shih Huang Ti de su cuento por que burlas a los perros sin que se escuche un solo ladrido y no te intimidan las bestias. Yo misma me siento un poco Minos, dejándome ablandar por tu retórica. Confundida, a bajas guardias, relamida a lo Dale Carnegie. Salgo corriendo hacia mi habitación abro el guardahuesos y te busco en las postales que me enviaste ayer, pero entre tantos trazos disonantes, tanta figura geométrica y entre tanto colorín te me pierdes. Nunca he entendido a Wassily. No sé por que te empeñas en enviarte dentro de abstractos. Los únicos abstractos que comprendo son los míos y eso cuando me esfuerzo. La Casa Verde por ejemplo, quién la entiende. A parte de ti claro, que pareces entenderlo todo. Omnipresente. William Randolph Hearst nunca se imaginó que su historia cambiaría el curso del cine para siempre. Si no fuese por los precedentes formales que marcó el filme que inspiró jamás me habría enterado de que existió. De hecho, si no fuese por que te gustó el film jamás lo habría recordado. El simple hecho de que jamás se le pueda ver la cara al detective me causa una mezcla interesante de sueño con nauseas. Se me cierran los ojos, me acurruco sola, se me revuelca el estómago y eso antes del primer error de continuidad. Sin embargo me gustan los amantes de René Magritte, precisamente por la misma razón por la que me disgusta el detective de K. ¿Entiendes? Y me río. Pero sabes, para ser honestos, lo de René y yo va más allá de frivolidades. Su “Valor personal” y esa peinilla de magnitudes enormes sobre la cama lo evidencian. Y no hablo más, por que las vueltas en exceso y los dulces en cada parada dañan las atracciones de los parques de diversiones. Y yo no quiero pecar de confitero de Walt Disney. Pellízcame en la oscuridad, háblame en onírico, envíate en surreal. Es el lenguaje que mejor entiendo, el que me causa menos dudas. Aunque te advierto; a menudo me desvelo. I al decir esto último miro la hora. Las cuatro de la madrugada. El Reloj roto de Dalí me recuerda que el tiempo se hace. Uno de los resortes se suelta y se me mete en el ojo. Te escucho reír. El emperador despierta rodeado de figuras de terracota. El infierno de Dante no le pertenecía. -“Obvio” –le dice Minos. -“Usted está soñando”. -Ahora soy yo quien se siente un poco Shih Huang Ti. Ahora que lo veo, tu siempre fuiste Minos, yo siempre fui yo. Tu cola se enreda en mi cuerpo y caigo en el primer círculo. Me engañaste, solo buscabas juzgarme. Virgilio no aparece. Beatriz no existe. ¿Qué me has hecho?

1 comentario

Max -

Sandra, he empezado a releer tus textos, ahora que sé leerte mejor, y son espléndidos.

Gracias.